Nada hay peor que una agenda. Uno apunta con la idea de aplazarlo todo. La agenda perturba el pulso de los abogados -todo es plazo y término-. Ayer me notificaron una vista para el mes de enero de 2025 y me armé de valor para hallar una agenda del año 2025. Ya la tengo en mi poder -tamaño folio- día a día. Cada uno tiene sus dietarios preferidos y anota de un modo u otro. Me aficioné al dietario Ingraf al poder extenderla abierta a doble página -y más tardíamente a la agenda Collins, tapa dura, de papel muy dúctil para la anotación a pluma. Un año -catastrófico- utilicé una agenda de restaurante o de reservas -dos páginas por día-. Creía yo que al anotar las citas o compromisos o trabajo pendiente en la página izquierda, también podría tomar anotaciones en la página derecha, casi un cuaderno de campo. Creía -de igual modo- que cuidar con tanto detalle la agenda me serviría para tener un resumen profesional del año. Pero lo mejor es enemigo de lo bueno -de ahí la catástrofe, de la casa mal guardada por su doble puerta y del hacer complejo y enojoso un mero apunte, recordatorio o signatura-. Guardo, de manera entrañable, la primera agenda profesional de mi padre. Es de tamaño bolsillo y en cuero, anillada y dividida en departamentos: el de identidad, calendario perpetuo y renovable -las hojas son de 1960-, contabilidad, un detalle de moneda extranjera (!) y tarifas postales, amén de un listín telefónico, de cuando los números eran tan cortos -el nuestro era el 4462. En aquella agenda de piel de cocodrilo (así parece por su textura y como un gasto suntuario para empezar con airoso paso la profesión) me detengo en el listado de teléfonos. Conozco a procuradores y abogados (muchos fueron abuelos de compañeros presentes) y desconozco a un gran número de personas. En los ratos de uno (no hablo de ratos libres; hablo del tiempo celoso y propio) voy investigando uno u otro nombre -internet ayuda mucho-; y cuando la investigación da fruto, aparecen otras gentes relacionadas, y es apasionante poder recomponer un mosaico, al que me acerco con pudor -al fin, voy entrando en un mundo muy privado de mi padre, en su agenda personal-. Por el modo en deslizar la plumilla puedo adivinar la menor o mayor importancia y hasta el temple del padre que anota.