Ya sabemos que Pedro Sánchez seguirá siendo presidente del Gobierno. Pero ya nada será igual, ni para él, ni para el resto de españoles. El tremendo punto de inflexión al que se ha sometido el líder socialista y, de paso, a todo un país como España, tendrá sus consecuencias. Y no serán de las que se olvidan ni en un día, ni en dos. Huelga insistir en que organizar una campaña de acoso y derribo contra un político, el que sea, utilizando como diana a sus familiares, es algo tan asqueroso, como malévolo y punible. A partir de esto, en lo que muchos estaremos de acuerdo, a un estadista, condición que se le presupone a Sánchez, debe de estar ultravacunado ante este tipo de fechorías que hieren donde más duele. No es posible que sólo porque una asociación ultraderechista haya presentado una denuncia contra su esposa, basada en noticias presuntamente falsas, y que un juez la haya admitido a trámite, un tipo que presumía de una resiliencia a prueba hasta de pandemias mundiales, se haya derrumbado de esta manera tan estrepitosa. Otra cosa es que este feo asunto haya sido la gota que colma un vaso que venía rebosando mala hiel desde hace demasiado tiempo. También alguien puede pensar que salir voluntariamente del Gobierno le habría puesto a salvo del escarnio, a él y a los suyos, que podría causarle la salida a la luz de asuntos turbios en los que estaría implicado. Llegados a este punto es obligado que acudamos al reconocimiento de la categoría humana de Pedro Sánchez. Se sobreentiende que antes que presidente es persona y que sufre como todos los que lucimos piel sobre músculo y hueso. Pero debemos de insistir en que, cualquiera que se presupone capacitado para dirigir los designios de un país está preparado para aguantar todo tipo de tormentas y huracanes que se ciernan sobre él. Le va en el cargo y el sueldo. Por todo lo expuesto, conocido y aún por saber, la llorera de un humano llamado Sánchez hará que muchos españoles consideren que no está legitimado a seguir en La Moncloa, basándose en, seguramente, lo peor que le puede suceder a un presidente y es la pérdida de la confianza en su fortaleza, capacidad y, también, honestidad. Ahora que ya sabemos que se queda creo que lo mejor para España es que Sánchez se hubiera ido, pasando página para siempre, devolviendo su dignidad a un PSOE, más desdibujado y difuso que nunca, y, lo más importante, entendiendo que haber entregado el futuro de España a cambio de siete guarros votos es algo por lo que se lo van a hacer pagar muy caro. Sánchez y más Sánchez.