Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Reserva

14/12/2024

Es un hombre reservado -lo hemos escuchado antaño en muchas ocasiones-. Es muy reservado -y aquí había ya casi como un reproche-. Hoy ya nadie lo dice -excepto la gente de   edad-; y lo dicen respetando el uso social -también de ayer- de la benéfica convivencia. En realidad, la reserva de un hombre es más que una decisión que se ejercita -que lo es- y yo creo que es, más que nada, un derecho. Para Steiner (2024 ha sido mi año Steiner; sentado, a diario, en mi sillón de despacho, a la hora del café, disfrutando de su elegancia), «lo que se nos está arrebatando es el contrapeso de la privacidad, la reserva». En el corriente curso de las cosas se confunde la apelación a la vida privada y la reserva. La reserva comprende la vida privada -lo privado es reservado y uno tiene el derecho a alzar la reserva para con el otro- pero va más allá: uno contrapesa su privacidad para con todo. A veces el derecho se procura por algo más banal: nuestras palabras dan la impresión de estar fatigadas, de haberse gastado y el hombre reservado -parece decirse Steiner- se resguarda y calla para no desmerecer «la fuerza vital de la lengua hablada y escrita». El ministro Marlaska es un hombre extraordinario y es, también, el mayor enemigo de la reserva. Ha decidido -yo creo que ilegalmente- solicitar, por escrito, más de una cuarentena de datos, para el turista que tome un hotel. No hay nada más reservado que un viaje por asuntos literarios, por visitar una sala del Prado o por recuperar una epifanía. Si el mundo de las palabras se ha encogido, resulta insoportable desplegarlas ante un recepcionista de hotel que, por mandato legal, las recogerá y enviará al señor Marlaska -tan pretencioso con los derechos y la reserva última de los demás-. La reserva tiene algo de encanto singular. Una mujer reservada jamás se anuncia de un golpe -nada hay peor que una sintaxis rota-. La reserva se despliega, como una monarquía, en el escritor, respecto a sus personajes y lectores: los trata como seres complejos; «no descubrirá la última intimidad del yo; de ahí su largueza de aceptación imaginativa». La chusma de las redes sociales es enemiga de la privacidad del habla, de lo que George Steiner definió como los «alfabetos interiores, los reconocimientos cifrados de buena parte de nuestro idioma moral».

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