El espíritu del diputado José Luis Moreno me ha unido a una de las figuras políticas más señeras de la Transición como es Paco Ruiz Risueño. El ilustre abogado del Estado albacetense fue líder de la añorada UCD en Albacete. Fue diputado constituyente y posteriormente senador. En su bancada centrista tuvo compañeros inolvidables como el propio Moreno o mi admirada Juana Arce. Y en el otro bando personas tan respetables como los diputados socialistas Paco Delgado o Antonio Peinado. Hace unas semanas, Paco me invitó a comer en ese último templo taurino gastronómico que es la madrileña Casa Salvador. Entre menestra y superior merluza, Paco me desveló muchos aconteceres de aquel intrépido tiempo político. Pero llamó mi atención sobre la noche del 23-F. Paco la vivió directamente, sentado junto a otras figuras como fueron Fernando Abril Martorell, Julio Nieves o el malogrado profesor Manuel Broseta, al que una bala cobarde de ETA arrebataría la vida. Entre aquel ambiente de miedo y tristeza, con la actitud heroica de Gutiérrez Mellado y Suárez, Paco fue indirecto protagonista de un hecho que pudo acabar en una tragedia. Mientras se esperaba a aquella autoridad anunciada («por supuesto militar»), el joven técnico de la cabina de luces, próxima a donde se sentaba Risueño, llamó la atención del senador por Albacete. El chico alertó a Paco de que el generador de las luces del hemiciclo iba a apagarse y la sala entraría en total oscuridad. Risueño advirtió desde el escaño a un guardia civil que el chico bajaba a comunicarle una incidencia. Se lo llevaron y al rato apareció el teniente coronel Tejero a gritos: «Si hubiera un apagón de luz, al recibir el mínimo roce en el cuerpo, abran fuego». Pero ahí no quedó la cosa. Los guardias civiles amontonaron en la zona de taquígrafos varios sillones isabelinos para, en el caso de apagarse la luz, encender con ellos una fogata. Finalmente, el chico de la cabina de luz logró mantener vivo el generador y el congreso no ardió. Este viernes se cumplen ya 43 años de la noche del 23-F. Felizmente, todo quedó en un paréntesis. Y Paco con los años escribiría un emotivo artículo, El chico de la cabina, que nutre la intrahistoria del 23-F. Los verdaderos héroes siempre son anónimos.