Seguro que el lector recuerda que en la plenitud de los tristes e infaustos días de la pandemia eran abundantes las afirmaciones que coincidían en aseverar que la situación que se vivía sería controlada y una vez superada saldríamos de ella mejores y más fuertes. Desgraciadamente no ha sido así, y a las pruebas podemos remitirnos en este mundo que acaba de celebrar la entrada del nuevo año, 20025, y que completará, según vaya desglosándose su calendario, el primer cuarto de siglo del siglo XXI. Estos primeros veinticinco años del presente siglo no han sido precisamente muy alentadores y en cuanto se disipen las burbujas navideñas y la realidad cotidiana recupere su paso habitual veremos disiparse un escenario relativamente idílico que dará paso a otro mucho menos ilusionante pero ciertamente más crudamente real.
De hecho esta Navidad no se ha molestado en disimular que Ucrania sigue en guerra ante la invasión del gigante ruso. O que la franja de Gaza sigue siendo objeto de un genocidio imparable por parte de Israel, que no se esconde ante el resto del mundo como autor de los bombardeos que destrozan hospitales y dejan sin vida a los niños allí ingresados. Las escenas de los belenes que nos adornan las navidades actuales nada tienen que ver con la triste realidad que hoy impera por aquellos lares de la Palestina masacrada. Si acaso nos encontramos con alguna coincidencia esa no es otra que la presencia de Herodes en su castillo ordenando la matanza de los Inocentes. Siempre hubo un rey Herodes desde aquel que se recuerda en el belén y en toda época aparece, también ahora cuando la humanidad comienza a completar el primer cuarto de su siglo XXI.