Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


A cuenta del tabaco

20/04/2024

He seguido, con atención y respeto, el artículo que Juan Bravo dedicó al tabaco y la carta abierta de don Enrique Cantos. Me gustaría empezar por el final. Cantos hace, en cierto modo, como un memorial de agravios -defiende su tabaquismo como una defensa frente al otro-. Juan Bravo, del otro lado, hace memoria de la fuma. Nos habla de la fuma del tabaco hebra (cita el Pall Mall, aunque no el Celtas hebra) y del cigarro cubano. Donde Enrique (su andar tiene el paso lento y fatigado de un santo de Galilea) hace urdimbre del fumar con la frivolidad de la mancebía hay, de suyo, algo más que una flamante verborrea. Pero los placeres han de serlo individuales para no desacordar su goce -y al igual que echo en falta en su carta abierta la mención de una marca (ni siquiera habla de si defiende el tabaco negro o rubio) he de reconocer su dura claridad de su derecho personal -su voz suena fuerte y acerba- que no puede ceder a la realidad de que el tabaco mata. Otra cosa es que la droga -siendo propia- haya terminado por ser la droga del odio de los no fumadores, premonición que tuvimos los antiguos fumadores cuando decidimos quitarnos del tabaco. Si yo pudiera fumar un Montecristo al día sabedor que no recaería en la tiranía sería más feliz de lo que lo soy ahora. Otra diferencia entre lo escrito por Bravo y Cantos es el de la autoridad. Juan se refiere a la de su padre cuando la defraudó llevándose un Romeo y Julieta -que acabó en mareo-; y Enrique a la del general que permitió el lupanar -algo insólito que un militar no fumase en aquel tiempo tan lejano-; y más raro todavía que eludiera los livianos pecados de la carne. Hay en Bravo recuerdos astillados del gozo pasado y en Cantos la dura y noble madera del cerezo presente que se niega a la limitación o cepillado de la fuma. Todo esto puede parecer retórica bizantina (apuesto a que no; fumar fue una plaga) pero he de reconocer el lado deportivo de la carta abierta de Cantos más joven que la nuestra. Quienes ya no fumamos vivimos de nuestro diccionario de recuerdos y memorias privadas (el preciso instante de la calada al tabaco hebra: no cabe ahogarlo ni apresurarlo). Y ésta es la respuesta de alguien que sepultó al tabaco, tapándose los oídos como hizo el marinero.

ARCHIVADO EN: Tabaco, Tabaquismo, Galilea