En el catecismo marxista el poder económico es el verdadero poder. El primero que debiera ser controlado y el único que escapa a todo tipo de inspección. La empresa capitalista nació para explotar al trabajador y lleva dos siglos campando a sus anchas. A mi entender, este mantra no resiste la contrastación con la historia económica. La empresa capitalista ha sido el motor de la innovación y la prosperidad económica y los impuestos que sustentan el bienestar social. También del empleo y de un salario real que no han cesado de crecer.
¿Pero quién controla a la empresa para evitar los abusos que, por supuesto, han existido, existen y existirán? ?La competencia. Los empresarios innovadores (verdaderos héroes de la sociedad capitalista) buscan beneficios extraordinarios. Lo consiguen de vez en cuando. Pero las nuevas empresas atraídas por el mayor beneficio les obligan a reducir los precios a un coste de producción cada día más bajo. Su tasa de beneficio vuelve a la «normalidad» determinada por la nueva tecnología y el nuevo salario real. 
Una empresa puede hacer trampas. Pero, tan pronto como el mercado las perciba, el valor de esa empresa se desplomará en cuestión de horas. La bolsa de valores lo ilustra reiteradamente, para sorpresa de muchos. 
La prensa también nos informa de empresarios corruptos: corrompen y se dejan corromper. Curiosamente, casi todas estas prácticas derivan del contubernio entre empresas y Estado. Estamos pensando en las contratas de obras públicas, subvenciones, rescates… La solución es menos Estado, más transparencia y mayor presión competitiva (nacional e internacional). 
A los lectores escépticos se les invita a invertir 100 euros en la empresa que consideren más explotadora. Si los beneficios anuales que reciben superan el cinco por ciento pueden darse con un canto en los dientes. Para convencer a políticos y sindicalistas bastaría con pagarles en acciones.