Hace unas semanas, la vicepresidenta Yolanda Díaz volvía a abrir el melón de la irracionalidad que suponen los horarios de nuestra hostelería, poniendo como ejemplo el hecho de que sea frecuente encontrar restaurantes abiertos hasta la una de la mañana. Naturalmente, las organizaciones de hosteleros pusieron el grito en el cielo. Sus nobles argumentos fueron que, puesto que la gente trabaja hasta tarde, hay que darle a la peña un margen para aliviar la rutina laboral en bares y restaurantes, amén de un ratejo para tomarse la última en un garito de su gusto. De lo que los hosteleros no parecen acordarse es de sus propios empleados, quienes a las penalidades de su trabajo suman la necesidad de acatar horarios impropios de un país moderno. Aunque ¿merecemos incluirnos en la lista de las naciones modernas cuando nuestros horarios provocan la incredulidad de cualquier país en el que nos fijemos? Y hablamos de horarios que privan a los trabajadores de conciliar decentemente la vida laboral, familiar y social, o incluso de la posibilidad de irse a la cama a una hora sensata una vez concluido su programa de tele favorito. En este contexto, el infame eslogan Spain is different adquiere connotaciones todavía más siniestras, pues representa un país cuyos habitantes sufren por la privación de sueño y de vida social y familiar. Y aún podríamos ir un paso más allá. Un país que no sólo es incapaz de racionalizar su horario laboral, sino que se ve obligado a organizar su calendario atendiendo a criterios tan contundentes como el cálculo de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera. De este modo, la Semana Santa de este año cae la última semana de marzo, mientras que la del año que viene lo hará la tercera semana de abril. O a lo mejor me quejo de puro vicio, como tendemos a hacer los Capricornio con ascendente Sagitario cuando Saturno andaba por la casa de Acuario, o no sé qué.