No hace falta estar detenido para que te escriba tus derechos, lee atentamente e intenta tenerlos siempre presente.
Tienes derecho a permanecer en silencio y, con los tiempos que corren creo sinceramente que, más que un derecho, es un signo de inteligencia. Es abrumadora la cantidad de sandeces y barbaridades que nos vemos obligados a escuchar a diario.
Tienes derecho a ser selectivo. Elije bien tus compañeros de viaje, a veces te van a aportar más las personas raras que las «normales» (nunca me ha gustado ese término, lo encuentro sumamente anodino). Las ovejas negras son más divertidas que los borregos.
Tienes derecho a una orden de alejamiento de todo aquello que sea tóxico, forzado, defectuoso, perverso o simplemente aburrido. Dibuja un cordón sanitario que cuide tu espacio y tu mente. Protege tu círculo de confianza.
Tienes derecho a enfadarte, a mostrarte antipático, vehemente, tienes un enorme derecho a no ser amable siempre, por supuesto sin faltar el respeto a los demás y sin romper las barreras mínimas de la educación, claro que tienes ese derecho. También tienes derecho a cambiar de opinión y a pedir perdón. Derecho a decir «no quiero» sin sentirte culpable.
Tienes derecho a empezar de cero, a llorar desconsolado, a romperte en mil pedazos, a perder el tiempo, a pegar un portazo y a salir corriendo. Tienes derecho a gritar hasta vaciar tus pulmones. Derecho a enfadarte con la vida. Derecho a no exigirte tanto, a ser maravillosamente imperfecto y a dejar volar tu imaginación.
Derecho a ser tú mismo.