«Se podía haber dado un puntito en la boca» es una reflexión que me aborda cada vez que presencio alguna de esas situaciones en la que el típico bocachancla hace gala de su elevado nivel de ausencia de sensibilidad y en un alarde de lo que él (y sólo él) considera sinceridad imprescindible, verbaliza sin filtro un disparo del tipo «estás más gordo», «vaya ojeras tienes», «estás demasiado delgado». Oda a la torpeza. Homenaje nivel leyenda a la incontinencia verbal.
Y es que no, no es necesario que le recuerdes a alguien que el hecho de que ha engordado. Obviamente tiene una báscula en casa, ni tampoco al que ha adelgazado, que se ve excesivamente delgado, también es conocedor. Y no, no es imprescindible que lances el dardo informando de sus ojeras. No es tan complicado entender que algo le preocupa, algo que tiñe de morado la periferia de sus ojos. Es muy posible que hasta haya saludado a su reflejo en el espejo esa misma mañana.
Y si pruebas con un simple ¿estás bien? Así, sin más, sin comentarios demoledores, ni chistes absurdos, sin bromas huérfanas de humor ni palabras hirientes. No es tan difícil. Y a partir de ahí esperar la respuesta, que quizá deje entrever que esa persona necesita algo más suculento que una gracieta de saldo.
Las palabras contadas son como las flechas, que una vez lanzadas no tienen marcha atrás, carecen de retorno y, también como las flechas, pueden dar en toda la diana y lastimar un corazón sediento de refugio.
Cuidemos los comentarios y, en todo caso, si no optamos por callarlos, al menos que sean edificantes.