No tuvo empacho el Rey en decir lo que piensa, lo que sentía en esos momentos. No era un discurso oficial ni unas notas escritas para la ocasión, era su percepción real ante la magnitud de la tragedia que contemplaban sus ojos y la desesperación de quienes le rodeaban, casi le zarandeaban, en ese pueblo valenciano, Paiporta, zona cero de la malaventura que ha azotado con tanta y despiadada fuerza a Valencia en forma de DANA. En sus palabras Felipe VI manifestó lo que piensan muchos españoles, cada vez más, y que es esa sensación de que de un tiempo a esta parte hay quien se dedica a expandir una intoxicación informativa interesada que fomente el caos, ya sea a través de las redes sociales o de los medios de comunicación más afines al ideario de una ultraderecha en plena ofensiva.
La ultraderecha española va a por todas. Con más de 200 muertos y ni se sabe todavía cuántos desaparecidos, los grupos radicales no dudaron en encender la mecha de la provocación, el insulto y hasta la agresión, parapetándose entre las víctimas de la catástrofe a quienes el Rey no les ocultó la realidad de su pensamiento. Es real y palpable en el panorama político y social del país esa intoxicación definida por el monarca a los vecinos de Paiporta, como es real que sólo el odio y no el patriotismo, mueve a quienes avanzan cada día en su intento de desestabilizar el sistema democrático como marco de la política española actual. En su diálogo con los vecinos del drama, Felipe VI dejó bien claro que España es una democracia, que él tiene su papel en un país que algunos quieren que sea el reino del caos y que no es ese precisamente en el que él pretende reinar.