Debe ser que me quedé estancada en aquella etapa de la temprana infancia en la que no dejamos de interesarnos por los porqués, ya que, a estas alturas de mi existencia me siguen asaltando dudas.
¿Por qué nos obsequian con una enciclopedia cuando compramos un sujetador?, ya sabéis a lo que me refiero, a esas doscientas veintitrés etiquetas que lleva la ropa, que hay que ser muy friki para leérselas todas, cuando el resumen es el siguiente: «si no sabes cómo lavarlo, dáselo a tu madre».
¿Por qué nunca los kiwis están en su punto? Para mí ya es algo personal. Los compro pelín duros, para hacerles el seguimiento. Una semana, dos semanas, ya hasta nos preguntamos por la salud y apostamos acerca si va a llover o no....y a la que me descuido, ¡zas!, se ha arrugado y al comerlo resulta que pasó a mejor vida, es decir, mermelada.
¿Por qué mi amiga puede llegar a ser muy cool y toda una it girl poniéndose ese jersey de lana oversize, haciéndose un moño a la ligera sujetado por un boli bic y sin maquillar y si lo hago yo me detienen porque parece que vengo de «pillar» de la Cañada Real?
¿Por qué prometemos cafés que nunca cumplimos? «Ay, nena, a ver cuándo nos tomamos un café y nos ponemos al día». «Te llamo un día de estos y nos echamos un café»... jamás. Luego en la esquela del periódico, Fulanito Don Tristás, muere dejando esposa, dos hijos, un gatete y mil trescientos dieciocho cafés pendientes.
Otro día, ponemos sobre la mesa los «paraqués».
Ea.....filosófica que se ha levantado una.