Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Los largos y tórridos veranos de Albacete

07/07/2024

Somos muchos los que nos acordamos, con verdadera añoranza de aquellos veranos cálidos y breves a los que alude Antonio Martínez Sarrión en Infancia y corrupciones. Veranos precedidos por una auténtica primavera –no exentas, desde luego, de alguna que otra helada, que en una noche acababa con las ilusiones de muchos agricultores, o de algún pedrisco, que en una hora o incluso media, hacía el efecto de una nube de langosta–, pero primavera al fin y al cabo; veranos que hacían acto de presencia para San Juan, se iban haciendo notar durante los sanfermines (que casualmente arrancaron ayer), y alcanzaban su cenit (como tantas veces me repitió mi querido Roberto García, que en paz descanse) entre el 15 de julio y el 15 de agosto, iniciándose, por lo general, en la última quincena agosteña las tormentas nocturnas, que veíamos acercarse como cañonazos lejanos mientras asistíamos a los Festivales de España (y no a lo que aquéllos han degenerado). Con las tormentas, solía reiniciarse el derrumbe de los calores extremos, y transcurrían los 11 días gozosos de la Feria, durante la cual se hacía preciso, desde la caída de la tarde, el uso de las rebecas y las americanas, e incluso alguna que otra gabardina. Noches frescas del verano, en las que, con un jersey sobre los hombros, paseábamos de la Estación del Ferrocarril (con la preceptiva parada en la Cafetería Rex, en aquellas acogedoras mesas bajo los olmos, en medio de un ambiente plácido como pocas veces se han visto) al parque, y del parque a la Estación de Ferrocarril, por el Altozano, en una recta perfecta, conversando acerca de nuestros saberes, nuestras ilusiones y nuestros proyectos.
 Sentíamos, por aquel entonces, que las cosas eran como tenían que ser, y aunque cada cual llevaba sus problemas al hombro, nos sentíamos copartícipes de un orden superior y una armonía cósmica notables. Poco importaba la Dictadura, y quien diga lo contrario, sencillamente, miente.
Albergábamos miedos de toda índole, pero nadie podía prever que aquel marco estival, tan gozoso y apacible, se iba a transformar de una forma tan rauda en lo que se ha convertido desde hace diez años acá. Aquellos veranos cálidos y fugaces son hoy, por culpa del brutal cambio climático provocado por nuestro egoísmo y voracidad, en los "largos y tórridos veranos de Albacete", en los que las noches de insomnio se hacen eternas y las ascuas de los cigarrillos se perciben en muchas ventanas abiertas de par en par. Tal es el legado que les dejamos a nuestros hijos y nietos, un mundo en descomposición, sucio y pestilente, plastificado y en el que el dios dólar o el dios euro son los dos becerros en exclusiva. 
Y tanto es así, que los agricultores, desesperados de los efectos destructivo del cambio climático, que son los primeros en soportarlo, se ven obligados a luchar contra circunstancias y calamidades nuevas, como son las provocadas por los grandes latifundistas, que no dudan en instalar cañones en sus fincas, algunos de ellos, incluso móviles, montados en vehículos, que se ponen en marcha no sólo para evitar el granizo, sino también ante el más mínimo indicio de tormenta, aunque las nubes sean sólo de lluvia, lo que perjudica grandemente a los agricultores de secano, cuyos cultivos se agostan por falta de humedad. Y bastante más grave aún es la actitud desconsiderada y rayana en el descaro, de aquellos otros latifundistas que, amparándose en una falta de legislación concreta, se empeñan en trocar tierras tradicionalmente de secano, en tierras de regadío, aprovechándose de aguas fósiles que llevan miles de años en el subsuelo, y haciendo bajar sin cesar la capa freática, con lo que posiblemente estén dando a nuestras tierras la estocada final o incluso la puntilla. Y todo ello a cambio de unas toneladas de cebollas o de cereal. Un desastre anticipado. De ese modo y otros no muy alejados, se produce ese incremento de millonarios, carentes de escrúpulos, que se creen con derecho a todo.