Ciega ha de estar la clase política para no ver la negrura de su futuro. Ya lo estaba, pero, tras los trágicos sucesos de Valencia, el proceso se ha acelerado de tal modo que ya son muchos los que hablan de un antes y un después de la Dana del 29 de octubre.
Sumida en sus odios ancestrales, van para veinte días los que llevan arreándose estopa de lo lindo la izquierda contra la derecha, y la derecha contra la izquierda, ofreciendo un espectáculo inaudito que incluso ha llegado al Parlamento europeo. Y es que su odio e inquina han alcanzado tal punto que se diría que no les importa el respeto debido a los muertos ni el vergonzante espectáculo ante el mundo entero.
¿Acaso no son capaces de advertir lo mucho que están perdiendo en este envite? El 'tú más' no puede llegar más lejos. ¿Tan miopes son que no se dan cuenta de que para la gran mayoría del pueblo, tan responsable es el gobierno regional como el central, Carlos Mazón y Pedro Sánchez? Así quedarán ante la Historia, por más que pataleen, por más que se insulten. Doscientos cincuenta muertos. Ahí es donde les duele. Hace unos días uno de esos periodistas de la mamandurria, en un intento desesperado de eximir de responsabilidad a su jefe, decía que los fenómenos de la naturaleza son imprevisibles y por eso no puede haber responsables. ¡Y se quedó tan pancho!, sin que ninguno de sus contertulios le advirtiera que confundía el culo con las témporas, ya que se trataba del gravísimo error de no prevenir a la población de lo que se le venía encima. Y ahí no había excusa ni pretextos.
Insisto, mucho tiene que correr un númida para coger a un romano. Mucho tendrá que cambiar la clase política para que los valencianos vayan a introducir en un futuro su voto en las urnas. Se acabó el amiguismo y el compadreo, por no emplear términos más soeces, en la política. Vergüenza y asco sienten las gentes de bien ante el bochornoso espectáculo de los responsables de la tragedia. Convendría, o mejor aún, urgiría crear una ley penal de expulsión de un cargo por incompetencia manifiesta o irresponsabilidad fehaciente. Ya está bien, ¡hombre! Hasta ahora creían que les bastaba con ejercer un férreo control de los medios de comunicación, en especial de la 'caja tonta', para conducir al rebaño por donde ellos quisieran. Pero, mucho me temo que hayan ido demasiado lejos en su inverecundia.
Y es que, en medio del lodazal valenciano –entiéndase el término 'lodazal' en todas sus acepciones posibles, tanto concretas como figuradas–, de repente vimos a decenas, centenares, miles de jóvenes, silenciosos, acudir de todas partes, sin ruido ni estridencias, como ángeles custodios, a prestar ayuda a los menesterosos y desesperados; jóvenes y menos jóvenes, organizados a su modo y convocados por medio de las redes, que se pusieron manos a la obra, incluso antes que el ejército, indiferentes a la caterva de mandatarios que sólo están a la hora de cobrar sus cuantiosos emolumentos y dietas.
Lo dijo el poeta, una España que embiste y se despelleja, y otra que ora y labora, ajena a tanto incompetente. Y una vez más fueron ellos, nuestros hijos, desbordantes de energía y de idealismo, los primeros en predicar con el ejemplo, conmoviéndonos hasta los tuétanos con su inmensa generosidad y pundonor.
Pero ni aun así se le ha caído la cara de vergüenza a ningún político ni mandatario, ni a los que se siguen zurrando la badana ni a los que permanecen calladitos no vaya a ser que les caiga alguna pella de cieno en la boca.
Sería bonito, reconozcámoslo, que ese ejército de jóvenes y menos jóvenes, una vez concluido su trabajo de limpieza, siguieran limpiando a tanto ganapán inútil que a diario nos amarga la vida. El problema sería el contagio…