Las personas somos memoria andante. Y en el zurrón de los bellos recuerdos, uno guarda aquellas noches de reyes de la infancia. También las sensaciones de los días previos. Recuerdo ese peregrinar por Navidad a las escasas jugueterías del Albacete de los primeros años setenta del pasado siglo, observando a través de sus fríos escaparates empañados de vaho, los juguetes para la carta a los Reyes. TVE también mostraba su muestrario con anuncios en blanco y negro de los Madelman, los fuertes Comansi, las muñecas de Famosa, o los juegos Geyper. Luego en casa, con las primeras letras aprendidas en Salesianos, escribíamos la carta a sus majestades de Oriente, en mi caso al rey Melchor. Y aquella misiva se la entregábamos en mano al paje enviado desde Oriente, quien las recibía en su trono instalado en la entonces sede central de la Caja de Ahorros de la calle de Tesifonte Gallego, donde hoy se ubica una conocida multinacional malagueña de perfumería. Con la juguetería de Fontecha y Cano, mi tienda preferida era un entrañable establecimiento en la calle Concepción que se llamaba El 0,95. Tenía dos pequeños escaparates pequeños donde mostraban con mimo los juguetes. Su puerta de acceso era ruidosa, por el viejo muelle de arriba. Al acceder entrabas en una angosta estancia, caldeada con una estufa de gas. Aquel tramo de calle, entre la de Rosario y la Calle Ancha, era entrañable y comercial. Con electricidad Lida, Drogas Castillo o aquel Deportes Argudo, que regentaba un serio señor de poblado bigote entre balones Adidas, Scalextric o esos trenes de maqueta Märklin. Al lado se ubicaba el bellísimo Casino Artístico (otra joya demolida), y un poco más allá el viejo Cine Productor, adjunto al Hostal Central. Incluso en Navidades en unos los portalicos de la calle se ubicaban los turrones alicantinos de Manuel Picó. Una vez, con gran ilusión, pedí a los reyes una placita de toros de juguete que vi en El 0.95. Cuando llega la noche de reyes siempre me viene a la memoria aquella placita que nunca llegó y el recuerdo de mi padre elevándome a hombros en la plaza del Altozano para ver pasar la cabalgata de reyes con Melchor sobre un imponente camello. Como dijo el poeta, solo se canta lo que se pierde.