La vida es un camino dibujado sobre la libertad. No hay mayor grito de libertad que tener la capacidad de elegir. En ese lienzo en blanco tú vas dibujando tu historia y esa historia se va forjando en función de las decisiones que, en un sentido u otro, vas adoptando a lo largo de tu viaje. Se van colocando delante de ti y, aunque hay veces que las puedes sortear sin necesidad de afrontar, en otras ocasiones, son de tal dimensión que has de abordarlas de frente sin posibilidad de posponerlas.
La vida es, en definitiva, un cúmulo de decisiones que se suceden una detrás de otra e incluso, en algunas ocasiones, de manera simultánea.
Y es curioso porque amor tiene cuatro letras, como odio, pero hay que elegir. Mentir tiene seis, como seis tiene verdad, pero hay que elegir. Tienen siete egoísmos junto a empatía, pero tienes que escoger, del mismo modo que con 11 letras escribimos positividad y negatividad y tuya es la elección.
Así nos pasamos los días, eligiendo. Eligiendo un recorrido profesional u otro, un corte de pelo u otro, casarnos o permanecer solteros, ser de un equipo o del rival, ser vegetariano u omnívoro, eligiendo el sabor del helado que vas a tomar de postre, decidiendo si me pongo unos vaqueros o me planto una minifalda, prefiriendo la tortilla de patata con o sin cebolla, mi grupo de amigos, el nombre de mi mascota y, previamente, si tener o no mascota.
Seleccionando el libro que leer o la peli que ver, un coche diesel o un gasolina, la playa o la montaña. Si estuvieran juntas todas las decisiones que tomamos a lo largo de nuestras vidas quedaríamos altamente sorprendidos.