Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Investidura

30/09/2023

Guardo el discurso de investidura de Felipe González del 30 de noviembre de 1982. Lo publicó la Colección Informe del Servicio Central de Publicaciones de la Presidencia del Gobierno. No era un ejemplar gratuito -el coste era de 100 pesetas-. En la contraportada se resumían los tres principios en que el presidente González reducía su acción política: la paz social, la unidad nacional y el progreso. González hablaba de seguridad ciudadana como concepto más amplio que el del orden público, en concreto acentuaba la garantía en el desarrollo de las libertades, más noble y amplio «que el del orden público reducido a la tranquilidad en las calles». Una vez formado el Gobierno, el ministro Barrionuevo telefoneó a mi padre, gobernador civil de Alicante con el presidente Calvo Sotelo, y le rogó permaneciera en el cargo unos meses para facilitar la transición. Yo fui testigo -entrometido- de aquella conversación y de la respuesta natural de mi padre que se negó cordial. Si la Grecia clásica floreció en la Roma de Augusto, la Transición se coronó en Felipe González -él sólo era como una monarquía barroca y resultó ser el gran arquitecto-. Es imposible no recordar la Exposición Universal de Sevilla, los Juegos Olímpicos de Barcelona, el Tratado de Adhesión a la Comunidad Económica Europea o la ratificación de sus obligaciones para con la Alianza Atlántica, suscrito con anterioridad el Tratado de Bruselas de 1948 -que exigía, por contra al de la OTAN, la respuesta militar inmediata de los socios-. Todas estas cosas nacieron de la voluntad política del discurso de investidura, de lo que González advirtió como progreso, «como un concepto que va más allá del mero desarrollo económico». Recuerdo la admiración que mi padre tenía por Felipe González: le seducían sus juegos de palabras, simples y efectivos, desde la tribuna del Congreso -por ejemplo, hablar de políticas de «progreso y de regreso», o de cuando sentó a Manuel Fraga en un sofá y lo hizo jefe de la oposición -más que un pellizco de monja-. En su discurso de investidura subrayó la Unidad Nacional (está transcrito así, con letras capitulares) «fortalecida con las singularidades propias de este rico y variado mundo que llamamos España». Es bueno honrar a nuestros mayores. Desde hace muchos años cuando escribo de Felipe González siempre intercalo lo que sigue: «el último patriota».