Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Perder la cabeza

14/09/2024

Jugar con cabeza o asentar la cabeza o tened cabeza. Echamos en falta en las moralidades de la política ese rigor primario y común a cualquiera. Pero no sólo en la política, también en el mundo del foro -y yo creo que es en las asambleas vecinales cuando las mayorías ponen ese empeño informado de paciencia-. Johan Huizinga nos recuerda en su monumental y canónica El otoño de la Edad Media a John Baker. «El rey de Inglaterra tenía entre su magna sergenteria un cargo especial: el de sostener la cabeza del rey cuando este pasaba el Canal y se mareaba; el año 1442 fue investido de esta función cierto John Baker, del cual pasó la misma a sus dos hijas». Así que resultaba admirable que en la navegación ordinaria del monarca embarcase el hombre que le sostuviese la cabeza y más tarde sus hijas como un trabajo capital. No sólo aliviaban el mareo del rey (el mareo lo humanizaba frente al séquito) que también afianzaban el juicio recto del rey capaz, aquietado el síncope. En nuestras vidas corrientes jugaron un gran papel los padres -y hasta el consejo de familia- como ayuda fidelísima para que asentásemos la cabeza. Y en la vida profesional fueron los compañeros -abogados en mi caso- de mayor autoridad quienes, de modo liberal, se prestaban a la función de John Baker o sus hijas. Y ya en la vida pública, pese a su dureza y beligerancia, era el cursus honorum el que reglaba la actuación: era inimaginable que un diputado se volviere como concejal a su pueblo o que un ministro mudase a una delegación provincial de la aceituna. Nadie le pide a nadie esfuerzos formidables a la manera de San Francisco de Paula, que huye en cuanto ve a una mujer -nos dirá Huizinga-; duerme las más de las veces de pie o arrimado a una pared. No se corta nunca el pelo. No toma nunca alimento animal y sólo se hace llevar raíces; y menos aún prescribir el luto inexcusable a la reina de Francia por la muerte de su esposo: un año entero de clausura en la habitación -precisamente en la habitación (y no otra) en la que recibió la noticia-. Esto no es más que literatura y quizá frivolidad del que escribe. Lo cierto es que hemos perdido la cabeza y hemos laminado -abrogado- la orientación de los padres, el consejo de nuestros compañeros, dándonos con gozo al mareo y a descabezar cualquier prurito de rectitud. John Baker sostenía la cabeza del rey. Hoy no podría con la tribu de los renegados.