En mi familia existe una tradición espiritista y sobrenatural heredada de madres a hijas. Es más, allá donde se mudaban, los fenómenos inexplicables los perseguían, lo que resultaba un serio contratiempo a pesar de lo habituados que estaban a las manifestaciones paranormales. Pero la palma se la llevó cierta casa de la calle del Cura que alquilaron cuando mi abuela Carmen era niña. Según ella misma me contó, aquella vivienda se convertía cada noche en un pandemónium de puertas que se abrían y cerraban de golpe, de muebles que se arrastraban a lo largo del pasillo, de susurros espectrales y hasta de carcajadas fantasmagóricas. Tiendo a desconfiar de estas historias y suelo aplicar el pensamiento lógico siempre que puedo. Pero ¿quién soy yo para desacreditar a mis mayores? Por ello asistí con mucho interés a alguno de los eventos de Inusual, el ciclo dedicado a la literatura fantástica, insólita e inquietante que se celebró en nuestra ciudad el sábado pasado. En esta edición el tema central era precisamente «la casa encantada», y aunque no se manifestaron más ectoplasmas que los habituales, reconozco que como habitante del lado oscuro que soy disfruté con el estupendo elenco de escritores y amantes de lo oculto invocados por la editorial InLimbo, un sello de nuestra ciudad especializado en la literatura de lo insólito en todas sus manifestaciones. Muy lejos del festival literario al uso, Inusual es un acontecimiento fresco, original y sugestivo que por segundo año ha demostrado su gran poder de convocatoria. En fin, un regalo para la vida cultural de Albacete por el que hay que dar las gracias a Ana Martínez, a Eduardo Moreno y a un numeroso equipo de entusiastas y colaboradores que transformaron el viejo ayuntamiento en una mansión embrujada (al menos por un día), y nuestra ciudad en la capital de lo extraño y de lo fantasmagórico, algo que de todos modos siempre ha formado parte de nuestro ADN. Ojalá hubiera estado aquí mi abuela Carmen para disfrutarlo.