Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Cuadernos

09/08/2024

Tengo una manía que roza el fetichismo. Y no me refiero a mis costumbres sexuales, sino al hábito de coleccionar cuadernos de notas. Esto podría parecer normal en alguien que se dedica a escribir si no fuera porque no les doy ningún uso. En un reciente viaje a Japón, donde los artículos relacionados con la escritura son objetos de arte, adquirí varios ejemplares preciosos. Lo hice a sabiendas de que su destino sería reposar en un cajón sin que nadie escriba nada en ellos, pero el simple hecho de poseerlos me produce un cosquilleo de placer difícil de explicar. Me los imagino aguardando con la paciencia infinita de los seres inanimados a que un día los destine a alguno de los usos los el que fueron fabricados. Quizás para anotar ideas para una novela futura, o para estos artículos, o para una colección de cuentos. O para empezar a bosquejar mis memorias, ahora que ya paso más tiempo recordando lo que hice que haciendo cosas nuevas. De hecho, uno de los últimos cuadernos que compré posee hechuras tan generosas que serviría para escribir en él una novela completa. No descarto escribir nuevos libros en el futuro, pero seguiré usando el ordenador y dejaré que mi magnífico cuaderno permanezca virgen. Acabo de sacarlo del cajón y ahora mismo reposa sobre mi mesa. Hay algo profundamente inspirador en este objeto que aúna sencillez con complejidad, como si su mera presencia encerrara la promesa de un número infinito de historias. Usarlo para algo tan vulgar como garabatear sobre sus páginas sería como romper ese universo de posibilidades que sólo puede existir absteniéndose de mancillarlas con un bolígrafo o un lápiz. Cuando impartía talleres literarios, siempre les recomendaba a mis alumnos que llevaran encima un cuaderno en blanco para no dejar escapar ninguna de las ideas que les vinieran a la cabeza. Si me están leyendo ahora mismo, ha llegado el momento de confesarles que jamás me apliqué mi propio consejo.

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