Que el mundo está cambiando a pasos agigantados es evidente. La prueba es Donald Trump en su segundo mandato, sobre todo en el segundo. Si todo hubiese quedado como quedó en la primera estancia en la Casa Blanca estaríamos ante una anécdota extravagante. El retorno, con todo lo que llevamos visto en muy poco tiempo, es el signo de los tiempos que nos esperan y el entierro de los viejos. Es curioso porque Trump viene con armas muy viejas (el proteccionismo, los aranceles) a certificar que el mundo ya no es lo que era, que algo nuevo se tiene que ir abriendo paso y el trumpismo es el síntoma más grotesco. Lo nuevo tendrá que ser una reacción a tanto populismo, que es como el sarampión, tan viejo como la pana y que siempre aparece en periodos de decadencia y búsqueda. Un analgésico con un brutal efecto rebote.
Lo que está por ver es lo que vendrá, porque ahora todo es nebuloso y negruzco. Parece como que volviéramos al siglo XIX pero eso es imposible. Volver a tiempos pasados nunca es posible y la historia no se repite nunca, o si lo hace, lo es en forma de farsa. Tampoco puede volver el mundo que se nos está muriendo, el de después de la Segunda Guerra Mundial, con una Europa con la Defensa cubierta por EEUU pero también hipotecada por ese vínculo desigual. Una hipoteca que tuvo como consecuencia un Estado del Bienestar que convirtió a la Europa democrática en el sitio donde la libertad y la justicia se conjugaban mejor. Eso ha sido Europa, y ahora o reinventamos esa historia o nos vamos al carajo, pero nunca retornaremos al pasado.
Este es el contexto de fondo, Lo inmediato es hacer frente al arancelazo: el queso manchego, el ajo de Pedroñeras, los componentes automovilísticos y el aceite de Andalucía. Sánchez hace cabriolas y saca conejos de la chistera. Se nos presenta como el gran salvador, ofrece una lluvia de millones, nos dice «aquí no pasa nada, que este dinero que yo anuncio lo resuelve todo». El problema es que el dinero no llega, o lo hace tarde y a cuentagotas. Sánchez anuncia dinero para la pandemia, el volcán o la Dana, y ahora para hacer frente a los aranceles. Feijóo, mientras tanto, propone desgravaciones fiscales. Ni con subvenciones ni con bonificaciones se eliminará el golpe Ellos lo saben. Sánchez, que es el que gobierna, es el que tiene la obligación de solucionar algo y lo que hace es sacar conejos de la chistera para mayor gloria suya. Anuncia,que algo queda. Esa parece ser su dinámica, aunque el relato se le está gastando de tango usarlo.
Ellos saben que la respuesta tiene que ser europea, en bloque sin fisuras, y eso es precisamente lo que hace posible que esto no sea un problema tipo siglo XIX, cuando Europa eran naciones que guerreaban entre ellas o hacían frente a los problemas aisladamente. Retroceder a eso sería una calamidad. Porque los retornos no existen, o son en forma de farsa o de tragedia. Ahora hacia donde tendríamos que caminar es a una Europa mayor de edad, con su ejército, su capacidad de decidir, y con sus condiciones, que no pueden ser las de Trump, y no solamente de él. También hay que plantar cara a Vladimir Putin y marcar posición con esos otros países que invaden nuestro espacio con productos fabricados con esclavos, o casi, y sin respeto al medio ambiente, Mucha tela que cortar y mucho arancel que superar.
Al final la convulsión es tan enorme que produce vértigo pensar como estaremos de aquí a veinte o treinta años. La única certeza es que el mundo se está moviendo bajo nuestros pies, y lo de los aranceles es un síntoma como tantos otros. Es algo así como dar un garrotazo encima de la mesa o querer matar moscas a cañonazos. Es un puro contrasentido para Estados Unidos, el país que vive de la globalización y ahora quiere limitarla. Es una reacción de temor ante un mundo en el que otros poderes se levantan, con China como cabeza más visible. Allí donde, por cierto, va Pedro Sánchez a erigirse en gran mediador, o facilitador o no se sabe muy bien qué. Como la lluvia de millones: anunciarse se anuncia, otra cosa es que luego lleguen en tiempo y forma, que a día de hoy no hay ni un solo exportador español que haya dejado de temblar porque nuestro presidente del Gobierno haya salido a pedir tranquilidad que ya está él calmando las aguas. La incredulidad galopante es otro de los síntomas más evidentes de estos tiempos tenebrosos, como los aranceles.