Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


El Duque de Lerma

29/09/2024

Hay que retroceder mucho en la Historia de España para encontrar algún gobernante ejemplar –a lo sumo, Carlos III, Felipe II, con sus sombras, Carlos V y, en especial, los Reyes Católicos–. Fuera de éstos, el caos, la incapacidad, la abulia, mezclada con la vanidad, la soberbia y la altanería. 
Con Felipe III, como se sabe, se instaura esa nefasta institución de los 'validos' (mal elegidos, para colmo), que, en menos de medio siglo, van a reducir España a cenizas; cosa inaudita, habida cuenta del enorme río de oro y plata que pasó por delante de nuestras fosas nasales y fue derechito a los bolsillos de los poderoso banqueros europeos. Con los 'validos', además, empieza el saqueo de España, la rapiña y el nepotismo, que, para nuestra desgracia aún pervive.
 Casos como el de Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, no tienen parangón. Treinta años mayor que Felipe III, supo ganarse su voluntad, pese a las advertencias de Felipe II, hasta hacerse imprescindible. Y así, nada más fallecer éste, procedió a dar un auténtico golpe de Estado apropiándose de las diversas carteras, con la connivencia del joven heredero de veinte años recién cumplidos, el cual, encantado de no tener que soportar el pesado yugo del Estado, pudo entregarse, sin más, a su gran preocupación, que no era otra que «hacer que todo el mundo conociera el misterio de la Inmaculada Concepción».
 Y, ya con las manos libres, Denia procedió a ejecutar sus planes con cautela y sin precipitaciones. Construir cuesta; arrasar y demoler es pan comido. Suprimió la Junta, en la que intervenían los consejeros nombrados por Felipe II, que fueron despedidos de sus cargos. Comenzó a colocar a sus familiares en puestos clave. A su hijo mayor le concedió el marquesado de Cea; a su segundo hijo, Diego, le nombró comendador de la Orden de Calatrava; a su hermana le concedió el título de condesa de Altamira, más conocida por la esponja de Dios, ya que su pasatiempo favorito consistía en repartir toda clase de cargos eclesiásticos, no sin antes percibir de los felices agraciados fuertes sumas de dinero. Al esposo de su hermana le concedió la Grandeza de España. A su tío, Bernardo de Rojas, le nombró arzobispo de Toledo e Inquisidor General, después de apartar a Portocarrero de ese cargo. Su hermano fue virrey de Nápoles; uno de sus yernos obtuvo el título de general de galeras españolas; otro fue nombrado presidente del Consejo de Indias; la presidencia del Consejo de Portugal se la dio a su tío Borja. El conde de Miranda, consuegro del de Denia, ocupó el cargo clave de Presidente del Consejo de Castilla.
 Y de ese modo, en pocos meses colocó a toda su familia y a sus 'amiguetes' en puestos de gran relevancia y pingües beneficios. A sus hijas y nietas las casó con lo mejor de la nobleza castellana; y él, para no ser menos que los Grandes de España, se autoconcedió en 1599 el ducado de Lerma. Felipe III firmaba, encantado, y sin hacer la más mínima objeción. Sería muy largo relacionar los cargos, mercedes, encomiendas y sinecuras que el de Lerma, siempre ansioso de dinero, acaparó. Su avidez de riquezas era tal, que sólo pensaba en aumentar sus bienes, a cuyo fin estableció un sistema de corrupción e inmoralidad inauditos. En 1602, transcurridos tres años de su valimiento, su fortuna, antes comprometida, le permitió comprar al duque de Auñón, en ciento veinte mil ducados, la villa de Valdemoro, y andaba en negociaciones para adquirir Getafe y los Carabancheles. En 1606, compraría al conde de Siruela la villa de Roa y sus tierras. Durante veinte años esquilmó a la nación. Y, cuando al final cayó en desgracia, no dudó en adquirir el capelo cardenalicio, lo que le permitió eludir el patíbulo, aunque no la célebre coplilla cantada por el vulgo, que decía: «Para no morir ahorcado / el mayor ladrón de España / se vistió de colorado». Y luego dicen que la Historia no enseña… El comer y el rascar, todo es empezar.