Donal Trump es (o cree ser) un empresario que ha culmina su carrera en la Casa Blanca para gestionar el casino del mundo. Si preguntamos a la IA los adjetivos que mejor describen a Trump aparecerían los siguientes: impresentable, imprevisible, conservador, rompedor, osado, oportunista … Dos preguntas para dos momentos diferentes: ¿Podemos dejar la dirección de los EEUU (que es tanto como decir la del mundo) en personas como Biden y Trump? ¿No podrá el actual presidente consultar a personas más jóvenes, mejor preparadas técnicamente y con fundamentos morales más firmes?
En política interior, Trump ha perdido la vergüenza y el miedo de enfrentarse con los absurdos de lo políticamente correcto. Utilizando sus competencias presidenciales ha empezado a desmontar los chiringuitos de la ideología de género y de poner al descubierto los sesgos de las organizaciones de la ONU que los promovían. Lo ha hecho con la misma rapidez y osadía que los extremistas de izquierda las impusieron en la Administración Biden. Tales medidas han molestado a algunos, pero no han sorprendido a nadie: estaban denunciadas y anunciadas.
Es la política exterior la que está resultando más difícil de entender y digerir dentro y fuera de los EEUU, a la izquierda y la derecha. Tras la II Guerra Mundial el equilibrio internacional se mantuvo por la rivalidad entre las dos grandes potencias nucleares: los EEUU y la URSS, la OTAN y el Pacto de Varsovia. La sorpresa de la pasada semana es que, para poner punto y final a la guerra de Ucrania, Trump invitó a Putin a desayunar en Arabia Saudita. La OTAN ha quedado automáticamente bloqueada. Los ucranianos no son parte interesada. La Unión Europea no existe. La geoestrategia a la que estábamos acostumbrados ha dejado paso a las geo-ocurrencias. Cualquier cosa puede esperarse … menos una paz duradera.