Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Invitados

05/07/2024

La semana pasada me trasladé a mi casa del pueblo, donde cada verano me pongo a resguardo de Albacete y de su asfalto hirviente, que ni siquiera el pintoresco «cielo de paraguas» de la Calle Ancha va a mitigar. Lo primero que me encontré fue que unas golondrinas habían construido su nido en el pequeño porche de la entrada, al que accedí bajo la solemne mirada de sus dos polluelos. Tras mi desagrado inicial al ver los escalones de la entrada cubiertos de excrementos, razoné que en realidad aquí el auténtico «okupa» soy yo. A fin de cuentas, estos pajaritos siguen los mandatos de la biología, y yo he venido a molestarlos durante su proceso de nidificación y reproducción. Recordé también el primer episodio de la mítica serie Los Soprano. Tony Soprano, capo de la mafia de Nueva Jersey, sufre un ataque de pánico cuando unos patos silvestres que han fijado su residencia en su piscina se marchan siguiendo sus instintos migratorios. Como buen consumidor de series que soy, de inmediato me sentí aterrado con la idea de que me ocurriera algo parecido. ¿Cómo reaccionaría si cualquier día de estos, harta de mi intromisión, la golondrina madre se marcha y abandona a sus polluelos? ¿Sería capaz de sobrevivir al trauma o tendría que buscarme un psiquiatra para superarlo, como el protagonista de la serie? Dicho temor me ha convertido en el tipo más cauteloso de este pueblo. He silenciado el teléfono, abro y cierro las puertas con toda la suavidad del mundo, pongo el volumen de la tele muy bajito y me abstengo de oír música si no es con auriculares. He decidido, en fin, ser buen anfitrión, pues nada me haría más feliz que ver cómo estas pequeñas golondrinas que ensucian mi porche alcanzan la edad de remontar el vuelo. De modo que, si pasan por mi calle, hagan el favor de no armar escándalo, que tengo invitados.