Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


El túnel

06/12/2024

El regreso del túnel de luz a la Calle Ancha empieza a parecerse más a una maldición bíblica que a una tradición navideña. Hace poco supimos que el precio de la instalación supera los 250.000 euros, una cantidad muy superior a la que cuesta el resto de la iluminación festiva de Albacete y sus pedanías. Y uno se pregunta si no habría sido preferible repartir los leds y los vatios de un modo más equitativo entre los distintos barrios de la ciudad, en lugar de convertir esos 120 metros escasos de calle en una sucursal de Disneyland en versión cutre y agropecuaria. Aunque se me tilde de aguafiestas, no puedo negar que le he tomado especial inquina al dichoso túnel, a sus odiosas bombillitas y a la atroz pachanga que vomita a intervalos regulares. No sé quién les habrá contado a los responsables del engendro que semejante agresión visual y sonora posee la virtud de levantar la moral y fomentar el espíritu navideño. Puede que esto sea así entre ciertos parroquianos de La Zona, pero sospecho que ello se debe más al abuso del alcohol y las sustancias que a los méritos intrínsecos del invento. La alegría que contagia el túnel no es la que nace del espíritu de fraternidad y buenos deseos propio de las fiestas. Es la alegría de las borracheras, la euforia que generan los cubalibres a las dos de la mañana, esa que al cabo de unas horas se convierte en arrepentimiento y ganas de morirte. Nos encontramos ante un atentado al buen gusto que destierra a muchos ciudadanos del centro de la ciudad, en especial a aquellos que tienen perros o un espíritu sensible que no se deja engatusar por estas estridencias verbeneras propias de festejo septembrino. Que reflexionen un poco quienes malgastan nuestros impuestos de un modo tan irreflexivo, no vaya a ser que en Nochebuena los visiten los tres espíritus de Dickens para hacerles rendir cuentas.