Si tuviera que fabularlo Saramago, diría que, de la noche a la mañana, el futbolista medio del Barça se quedó ciego. En el fondo, es algo tan prosaico como la salida de Leo Messi en verano de 2021 y la 'ceguera' se instalaría en muchos de esos futbolistas que ya no sabían a quién entregarle la pelota. Messi se adueñó del juego por el bien del juego, y ese jugador medio del Barcelona había entendido perfectamente su papel gregario. Durante muchos meses, el equipo estuvo caminando sobre el alambre porque llegaba con relativa fluidez al último tercio del campo, pero ya no estaba 'él' para coser la jugada. 
A este Barça, que todavía tiene achaques puntuales 'post-messiánicos', le sucede algo parecido: cuando está a punto de que pase algo, no encuentra a quién dársela. Los dos jugadores más capacitados del equipo (probablemente de LaLiga y del planeta-fútbol) están lesionados. Pedri es el dueño de la pausa y Frenkie de Jong, el tipo capaz de aparecer en 10 lugares casi al mismo tiempo. Son genios leyendo los espacios o su ausencia. Y sin ellos, cada vez que el equipo alcanza con la pelota controlada esa zona en la que empiezan a pasar 'cositas', de repente no sucede nada. 
Gavi es un tipo asombroso en pleno crecimiento, pero no un filtrador de balones imposibles; Fermín parece un proyecto de futbolista fantástico, pero aún está bisoño; Joao Félix, ave fría, tiene más de finalizador que de generador; Oriol Romeu es un 'cinco' y el Barça necesita más nota para abrir defensas muy cerradas; y Gündogan acaba de llegar, ya con 32 años, y tiene galones pero no la 'escuela' para liderar al equipo a la hora de la verdad. 
Los rivales le plantan un 5-3-2 cerradito y organizado y el Barça se queda ciego. Hasta que alguien traiga la luz de vuelta.