Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Aullidos

24/11/2023

Es uno de los logros que incluye la extensa hoja de servicio de García-Page: haber reducido a Podemos a la irrelevancia total en Castilla-La Mancha. Los tuvo en su Gobierno y los hizo desaparecer sin dolor. Aquello supuso la enésima jugada de guante blanco del presidente regional, provocando, primero, la división interna para dejarles, después, completamente noqueados sin que ellos mismos se enteraran; una cornada limpia de la que ya casi nadie se acuerda. Y sí, hubo un tiempo en el que uno de los de Pablo Iglesias llegó a ser vicepresidente de la Junta de Comunidades, en una experiencia pionera entre socialistas y podemitas que resultó tan fugaz como letal. Si salen a la calle y preguntan, encontrar a alguien que recuerde el nombre de aquel prohombre que cogobernó con Page será tan complicado como buscar una aguja en un pajar. José García Molina desapareció del mapa político después del batacazo de Podemos en las autonómicas de 2019, tras quedarse sin ninguno de los tres diputados que habían conseguido cuatro años atrás. Desde entonces, no ha habido oportunidad para que algún socialista se acordara de aquel entierro silencioso. Ni siquiera en la agónica noche electoral del 28 de mayo, en la que sólo la mayoría absoluta les garantizaba la continuidad en el poder al no contar con ninguna muleta en la que sujetarse. 
El manual de resistencia de Pedro Sánchez gasta otras artes diferentes a las de García-Page en Castilla-La Mancha. Son más burdas y descaradas, aunque igual de interesadas. Lo de Sánchez también fue por necesidad y supuso su primer gran cambio de opinión, que es la forma que viene utilizando el presidente del Gobierno para vender sus propias mentiras. Del no pactaré con Podemos porque «no dormiría por las noches» a meterlos en la cama y compartir colchón para las cosas de la coyunda. Fue después de la repetición de las elecciones en 2019 cuando el amor de conveniencia entre Sánchez e Iglesias apareció con el aquel abrazo del que se acaban de cumplir cuatro años. Hoy el panorama se parece a aquel como un huevo a una castaña y esta semana Sánchez -en respuesta a la demanda de Yolanda Díaz- ha empezado a redactar el obituario de Podemos. No es una cornada tan letal como la que, en su día, de forma mucho más discreta, les asestó García-Page y, por esta razón, Sánchez va a tener que escuchar durante lo que dure la legislatura los aullidos de las lobas heridas. Que nadie se asuste que no muerden. Montero fue vetada de las listas y acató; Belarra fue apartada de las negociaciones entre PSOE y Sumar y claudicó; ahora han sido expulsadas del Gobierno y se querrán hacer notar, pero midiendo bien sus pasos, sabiendo que cualquier movimiento en falso será la muerte definitiva de lo poco que queda ya de Podemos. 
Pedro y Yolanda les han dejado sin ministerios y van llorando sus penas entre el orgullo y la impotencia. Ya nada será igual ni medio parecido. Que se lo digan a Rodríguez Pam, que por descojonarse en nuestras caras cuando salían en libertad violadores y pederastas gracias a la ley del sólo si es sí -más de un millar de delincuentes beneficiados y más de un centenar excarcelados- se llevaba 123.000 euros al año. No sólo eso. Comprobarán que todo ese club de aduladores comienza a verlas como unas apestadas. No hay más que leer titulares, editoriales y comentarios de los mismos que han venido blanqueando sus fechorías. Ahora toca utilizar a Yolanda Díaz como herramienta necesaria para seguir en el poder, sin atisbo de mejora. Son los mismos con otras formas y otro nombre a lo que hay que añadir un condicionante externo. Esta vez no decide ni siquiera Sánchez. El paso lo marcan desde Waterloo, ahora, y desde Barcelona en breve, una vez sea amnistiado Puigdemont.