El manifiesto de cincuenta militares retirados, pidiendo a sus compañeros de armas que destituyan al recién investido presidente Pedro Sánchez, es un llamamiento a un golpe de Estado. En medio de un batiburrillo de exigencias, lo que reclaman es que sus compañeros de armas se hagan con el poder y convoquen elecciones.
Su invocación a que la amnistía y un presunto referéndum de autodeterminación, rompen la Constitución y, sobre todo, la separación de poderes sonaría a chiste, si no rescatara del olvido las trágicas consecuencias de otras asonadas militares, dado su escaso apego al texto que permitió la recuperación de la democracia como forma de convivencia.
Es cierto que su provecta edad y su condición de retirados frena su capacidad de influencia en unas Fuerzas Armadas que forman parte de la OTAN, acostumbradas desde hace décadas a misiones en el extranjero y que asumieron la modernidad para dejar atrás las soflamas franquistas.
Pero los jóvenes que estos días enarbolan con frenesí banderas carlistas y preconstitucionales frente a la sede socialista de Ferraz han aprendido el "Cara al sol" en sus casas y lo que piden, al igual que los militares franquistas, es el regreso de la dictadura. Pese a que, hijos de su tiempo, utilicen también muñecas hinchables compradas en sex shops, para insultar a las madres de los dirigentes del PSOE. Todo muy "edificante" y que demuestra su acendrado machismo.
Lo peor es ver como destacados dirigentes de Vox, diputados del Congreso, se acercan en olor de multitudes a jalear los gritos a favor de Franco e incluso, como hizo Ortega Smith, dando instrucciones a la policía de como debía actuar...
Los expertos en estrategia electoral deberían aconsejarle a Feijóo que, visto lo visto, se aparte de la compañía de Abascal en las manifestaciones contra la amnistía y en su labor de oposición, porque, con semejantes compañeros de viaje, no llegará nunca a la Moncloa. Solo imaginar al líder de Vox como vicepresidente del Gobierno congela la sangre del votante más templado.
Otra cosa es que a una gran mayoría de españoles no nos guste el proyecto de amnistiar a quienes intentaron, también, dar un golpe de Estado; que los compañeros de viaje de Pedro Sánchez no sean de fiar (no hay más que oír sus intervenciones desde la tribuna del Congreso) y que incluso algunos militantes socialistas se cuestionen si el precio de unos votos mereció semejante oprobio.
Pero, de ahí a amenazar con ruido de sables, va un abismo infranqueable.