Veo al pintor en una esquina del salón -atento a su andadura artística y me parece que en un descanso tras haber marcado sus pasos en la exposición del Museo Municipal de Albacete-. Pero más que un descanso, adivina uno que de manera soterránea, José Ángel va y viene por entre sus disciplinas y que toda su perspectiva (incluso la de hoy en el Museo) es un mirar como no miran los otros y que traduce en una fortísima personalidad pictórica. Le saludo con brevedad y recuerdo el primer viaje con María a Lisboa -hay un óleo-lienzo, Detrás del mirador de Santa Lucía- y me detengo en los carbones de París y el Sena. El pintor -ya he dicho que un tanto retirado en sala- me apunta algunas cosas, no de su precisa industria y forma, y sí del esfuerzo, del carbón y de los lápices. Conozco a José Ángel ya de tiempo largo. Tuvo la deferencia de abrirme su estudio y me habló, antes que nada, de cómo pintaba, del esfuerzo físico, de su intendencia del color -la fiebre del pintor-. Esas palabras son las propias del creador -crear es hacer desde la nada y desde la nada orlar tu mundo y dotarle de leyes propias y dejarle ya libremente el vivir-. Al lado de sus Caballos Salvajes -óleo lienzo monumental- José Ángel señala a una pareja de viejos y me anima a verlos desde una u otra posición -«atiende a su mirada; atiende cómo miran y cómo su mirar es distinto entre aquel ángulo y éste»-. Su exposición lleva por título Mis pasos marcados y concluye mañana. Tiene un óleo muy recogido de la Calle Ancha -en esa calle, memoria de un largo paseo, parece detenerse el minutero interno de Ramírez Cuenca-. Los marcados pasos nos hablan de Lisboa y Venecia y París, pero yo veo hoy -en la exposición- otros marcados pasos interiores que van dejando rastro en el ser del pintor: y lo veo en su expresión corporal, en el modo de señalar algún detalle, en una pequeña confidencia, quizá en el cansancio que adviene tras esa palmera votiva que es la creación. Me vuelvo al mirador de Santa Lucía. Y resulta que su trazo se arremolina con aquellos recuerdos imborrables de mi viaje. Y José Ángel, un tanto retirado, casi sin darse importancia, me habla de su gramática del color. Y de los lápices de grafito.