Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Pumares

20/10/2023

Ha fallecido el crítico de cine Carlos Pumares, a quien el público en general conoce como un hombrecillo iracundo que no vacilaba en increpar a gritos a sus oyentes, como en aquella bochornosa historia del Fibergrán y el matrimonio gallego, o cuando estuvo a punto de darle una apoplejía mientras despotricaba contra la cebolla en la tortilla de patatas. Por entonces, el impresentable de Javier Cárdenas ya lo había convertido en un fricazo a la altura de Carlos Jesús y Leonardo Dantés. Sin embargo, para mí Pumares es el principal responsable de mi amor por el cine clásico, una mezcla entre genio de la lámpara y mentor cuya voz surgía cada noche de la radio en horario de madrugada. Su programa se llamaba Polvo de estrellas, y duraba tan sólo media hora cuando yo empecé a oírlo. Luego lo prolongaron hasta las dos y hasta tres horas, a lo que atribuyo mi escasa asistencia a clase durante mis años de universidad. Y aun así afirmo que ninguno de mis profesores tuvo el poder de fascinación que ejerció sobre mí Carlos Pumares en los años en que me convertí en su fiel oyente. Él me enseñó a amar a John Ford, a Billy Wilder y a Howard Hawks, a Ingrid Bergman y a Catherine Hepburn, y también que hay películas, como Ciudadano Kane y Casablanca, que uno debe ver de rodillas y en gracia de Dios. Era un hombre cultísimo que logró entusiasmar a toda una generación de neófitos con sus conocimientos enciclopédicos sobre el séptimo arte. Alguien con semejante poder de comunicación no debería ser recordado como una especie de bufón que hablaba a gritos y siempre estaba cabreado, sino como el maestro que fue. Quizás un maestro algo gruñón, pero los tuve peores en mis años mozos, con la diferencia de que los del colegio y el instituto no ponían música de Henry Mancini para acabar la clase.