Antonio García

Antonio García


Arco

10/03/2025

En la edición actual de Arco se mantienen dos constantes de anteriores: las obras, en cualquier soporte, renuncian a la belleza en aras de su mensaje, y están tituladas en inglés, aunque el artista haya nacido en Torrelodones. Eugenio Merino, que ya había metido a Franco en una nevera, utiliza ahora un lavavajillas, con diecisiete platos que reproducen, entre otras, las caras de Milei, Trump, Abascal, y al que ha llamado White Washing. La idea del  artefacto, por si no la habían pillado ya, es «el blanqueamiento de la extrema derecha que se ha ido desarrollando en las últimas décadas». En otra videoinstalación (Smile), un hombre blanco encadenado salta con una cuerda elaborada con monedas de dos euros, en perpetuo bucle y sin perder la sonrisa, cuyo significado no puede ser otro que «la sonrisa perversa que provoca la esclavitud invisible en el sistema capitalista». No escasean las provocaciones, a cuenta de la religión o del arte antiguo: una talla en madera de Cristo porta la piernas de Justin Bieber, y La libertad guiando al pueblo de Delacroix se representa sobre cartones, un figura emblemática a la que posiblemente la artista Marina Vargas -que exhibe el resultado de su mastectomía- hubiera seccionado una mama para retratar la belleza «no normativa». En una feria de arte que se precie, como en los Goya, no pueden faltar alusiones a las víctimas de las residencias madrileñas durante la pandemia, endosadas a una Díaz Ayuso que por los pelos se libró de entrar en el lavavajillas. Poco antes de inaugurarse este museo de los horrores, Annie Leibovitz exhibía sus retratos de los reyes de España, un sentido homenaje a Velázquez que no significa más que lo que se ve.