Escribía Savater hace unos días que las noticias del periódico ya no le interesaban, una declaración de coquetería intelectual dado que las sigue comentando con regularidad, pero en la que subyace la necesidad de ser cada vez más selectivos en la recepción. Es la edad la que nos impone esos recortes y la que relativiza la importancia de lo ocurrido, inversamente proporcional, casi siempre, al tamaño de los titulares o a la atención que le presta el público. Savater anteponía el recuerdo de Javier Marías (muerto hace dos años) a la querella de audiencias entre Broncano y Motos. Hay muertos que están más vivos que los vivos actuales, sin contar los familiares y amigos siempre presentes. Hablo de muertos admirados, como Truman Capote, que merece un apartado en las páginas de cultura, las que nadie lee, porque se ha hecho centenario y con ese motivo se ha publicado una biografía oral con declaraciones de quienes le amaron y/o padecieron. Para mí, que soy entusiásticamente hiperbólico con lo que aprecio, la literatura americana se divide en dos: antes y después de A sangre fría, la novela que sobrecogió mi adolescencia. El enano urdidor de esas páginas no hubiera necesitado más para ascender a los cielos de la literatura. Sus abusos, y su desidia, le impidieron terminar la que anticipaba como obra magna definitiva (Plegarias atendidas) y que por lo que conservamos de ella no lo era tanto. Desperdició sus talentos en asonadas festivas que le hacían alternar los titulares culturales con los sensacionalistas, pero aun en su faceta de polemista, tertuliano o bocazas sigue eclipsando a cualquier voceras del presente. Su vida y su obra me importan más que los amores reales.