En las pruebas Pisa de este año, los alumnos españoles han despuntado en creatividad. Algo es algo. Aunque todavía no seamos capaces de comprender un texto o de resolver una ecuación matemática, somos hachas en generar ideas propias para aplicarlas a tareas cotidianas. Traducido quiere decir que si nuestros adolescentes ignoran quiénes fueron Calderón de la Barca, Benito Pérez Galdós o Alexander Fleming sí distinguirán las calles que llevan sus nombres para moverse por ellas a sus anchas. Los optimistas datos apuntan a que cada vez estamos más cerca de los finlandeses, y la dicha sería completa si además de parecernos a ellos supiéramos localizar Finlandia en un mapa. Pero la geografía política, como la historia o la literatura, son conocimientos inútiles y de lo que se trata, según las nuevas corrientes pedagógicas, es de que sepamos resolver conflictos urgentes, interactuar entre nosotros cordialmente (sin rebozarnos en el fango crítico) y habitar un mundo yupi donde todos somos los mejores, incluso los peores. El conocimiento memorioso, que requiere de una larga paciencia, sólo puede traer disgustos. Lamentablemente, de acuerdo con esos mismos datos, no todos los españoles somos iguales. Mientras Madrid, Castilla y León, Asturias o Galicia se salen de creatividad, otras regiones como Castilla-La Mancha se sumen en el fondo de la lista, al nivel de Malta, lo que contradice las informaciones de los cabecillas autonómicos. Si nuestras celebraciones narcisistas del día de la comunidad nos señalan como unos campeones y el aforo se queda pequeño para tanto genio, emprendedor o creativo entre los que nunca falta un torero, es porque alguien –Pisa o Page- nos está mintiendo.