El británico James Corden, uno de los presentadores más famosos de los talk shows nocturnos norteamericanos, introdujo una curiosa sección en su programa The Late Night Show. Su título era Carpool Karaoke y estaba basada en esa práctica en la que todos hemos incurrido alguna vez, consistente en cantar a grito pelado mientras conducimos cuando en la radio suena alguna de nuestras canciones favoritas. Lo llamativo en este caso es que los compañeros de Corden eran grandes estrellas de la música internacional, como Adele, Elton John, Madonna y hasta Michelle Obama, infiltrada entre tantas voces insignes por motivos extramusicales pero fáciles de comprender. Mi episodio favorito es sin duda el de Paul McCartney, que recorre su Liverpool natal, a veces conduciendo y otras como copiloto, al tiempo que canta a coro con Corden algunos de sus éxitos más legendarios (¿qué mejor ocasión para cantar Penny Lane que el rato en que surcan la calle a la que está dedicada la canción?). Otro momento emotivo es cuando se detienen ante la casa de la infancia del exbeatle, en Forthlin Road, convertida en inmueble protegido por el National Trust (la institución que corresponde a nuestro Patrimonio Nacional), y la visitan mientras Sir Paul describe cada rincón de la modesta vivienda, como la habitación donde John Lennon y él se encerraban para componer. Pero sin duda el momento culminante es el que tiene lugar en un céntrico pub donde se ha instalado una máquina de discos que reproduce solamente éxitos de los Beatles, con la salvedad de que, cuando un parroquiano introduce una moneda y selecciona una canción, se descorre un telón tras el que aparecen McCartney y su banda interpretándola en vivo. Esto puede parecer una frivolidad, pero para los admiradores de los Beatles resulta emocionante, algo así como un momento de intimidad con esa música que, en palabras de otro británico célebre, es «la misma sustancia de la que están hechos los sueños».