Hace ya mucho tiempo que faltan los garbanzos tostados en los paseos. Cuando no había nada -me contaba mi padre- los magistrados de la Audiencia Territorial, tras celebrar vista, se daban al paseo por la calle Ancha, precisamente por la acera del Colegio Notarial. Eran tiempos en que los jueces no podían tener amigos de su distrito para evitar suspicacias, así que comían garbanzos torrados y se hacían acompañar del secretario y del médico forense. El gran Lorenzo Millo (del que tiene noticia Enrique Cantos, a propósito del comer merluza) se ocupa del juicio de Diocles de Caristo, que los juzgaba pesados y además causa de flatulencias, y Crobilio, por su parte, afirma que «los garbanzos tostados es un manjar solamente adecuado para alimentar a un mono». Parece ser que la acera del Gran Hotel era la que paseaban abogados y procuradores, también dados al garbanzo, que observaban con gran prudencia a los jueces para adivinar la bonanza o perdición del pleito. Los tostones son fritos con yeso. Como las modas y costumbres son caprichosas, los restaurantes de referencia sirven al centro, como aperitivo, unos tostones y ante la sorpresa advierten: hierro, fosfato, calcio, manganeso y zinc -deliciosos para apuntalar la médula ósea. El garbanzo ha terminado por orillar las almendras que, sin embargo, comparten con el garbanzo el ser preferibles tomarlas tostadas. Plutarco cuenta -siguiendo al imbatible Millo- que se tomaban, amargas, para beber en exceso y que si hubo descuido, «se podían tomar después machacadas y disueltas en una mezcla de vinagre, agua y aceite de rosas, con lo que desaparecían los mareos producidos por el vino». La razón de este cuento es la reacción ante el garbanzo duro y la almendra amarga: los malos momentos pasan y siempre los hubo -aunque tengo para mí que, con el paso de los años, se instaló la duda de si ese pasar era verdadero, condicional o inextirpable. Del alimento pobre (no cité los altramuces, muy alabados por Zenón, pues con una mata bastaba de farmacia para una familia) cuando retorna a las mesas, nada quieren saber quienes vivieron nuestra España más paupérrima -o pobrísima, como recientemente autorizó la desnortada RAE- que esperan, como mínimo, chirlas o berberechos, jamás el estorbo del tostón, que era una tabarra para los paseantes magistrados y un fastidio para el comensal incrédulo y aguerrido. En cualquier caso los monos proliferan -bien alimentados y a la vista del común-.