Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El castañazo

30/11/2024

El emperador Carlos V reunía a sus médicos, en capítulo o tribunal, a cuyo frente había un protomédico que ordenaba y concertaba las opiniones, extendía el recetario y sentaba jurisprudencia para con los desórdenes de la salud. Don Luis de Lobera escribió el Banquete de los nobles caballeros, que presentó al comendador mayor don Francisco de los Cobos, adelantado de Cazorla y secretario de Estado de Carlos I -nosotros escribimos Carlos V como en recordatorio imperial, como si la cantidad obviara la calidad: Carlos I de España y V del Sacro Imperio Germánico-. Cuando veo a las castañeras que disponen su puesto en chaflán -la esquina procura unir dos calles, resulta más comercial, pese a que en otoño soporte ventisca- no sólo recuerdo los ayeres de la niñez, también hoy recuerdo al protomédico. Para Lobera las castañas calientes asadas son mejores que crudas y aconseja tomarlas con azúcar a fin de someter la cólera infecciosa. Las castañas -como todo en la vida- responden a un corolario del presente. Asistimos hoy al tirar de la manta de «ese personaje». En ese señalamiento hay un castañazo o puñetazo que sufrimos todos, los personajes principales, también los que asistimos al capítulo (o mejor, asamblea general) de la moralidad pública. En orden a la niñez -castaña ingenua y agusanada (a veces)- Balzac reprenderá a las asadas en nuestros braseros o estufas, «por cuanto la estufa hace dormir, idiotiza y contribuye singularmente a cretinizar a los porteros y a los empleados». A los hoy mordidos -por corrupción o por personas- Lobera dispone, «con un poco de sal se majen y se mezclan con miel, aprovechan para las mordeduras de personas y de perros rabiosos». Las castañas son remedio natural para esta algarabía: hay porteros o empleados de varios ministerios; azotados por la mordida o rabia de «ese personaje»; y principales a quienes Galieno recomienda cocer las cáscaras de las castañas y tomarlas con jugo de llantén; y cuando afectan a mujeres señaladas, se hagan a manera de emplasto con arrope o vino. En tiempos de penuria se desamargaban las bellotas y, tras hervirlas, se asaban. Pese a causar dolor de cabeza, Lobera las aconseja contra los venenos (los de «este personaje» y otros muchos) y la chistata. Pero lo mejor contra el castañazo es el primer canon del protomédico: «huir presto y lejos y volver tarde». Ya dijo Stendhal que la felicidad consistía en «permanecer alegres y huir de los tontos». Y eso hacíamos de niños acercándonos con dos perras gordas a comprar las castañas asadas. Otro día, Enrique, hablaremos del boniato.