Mucho ha dado que hablar el brazo en alto de Elon Musk en la toma de posesión de Trump. Según la versión del magnate, ese brazo extendido con la palma hacia abajo no era más que un modo de indicar que su gestión en el nuevo gobierno va a ser un «hasta el infinito y más allá», una nueva versión de aquel famoso «nuestra meta es la Luna» de Kennedy. Salvando las distancias entre el presidente asesinado y este mamarracho, estoy tentado de creer que dice la verdad. Es decir, que su intención no era hacer una proclama política asociada a este conocido gesto. El mal llamado «saludo romano» jamás fue usado de forma generalizada por los antiguos romanos. Especulaciones aparte, el gesto parece datar de finales del siglo XIX, cuando empezó a usarse en EE.UU. (¡sorpresa!) para acompañar el juramento de fidelidad a la bandera. Más tarde lo adoptarían los fascistas italianos y, por imitación, los fascistas de todas partes. Pero estoy convencido (repito) de que la intención de Musk no era mostrar fidelidad a credo político alguno, porque hasta la ideología más despreciable es el resultado de un proceso complejo de decisiones basadas en ideas y postulados, y considero que tanto Trump como el resto de la jauría que acaba de alcanzar el poder en Washington es ajena a semejantes refinamientos. Más que por ideas, estos tiranos de nuevo cuño se guían por instintos, entre ellos la territorialidad y el afán de aplastar a los que consideran débiles o diferentes. Y eso no es ideología, sino puro afán depredador. El gesto de Musk es el equivalente al del gorila que se aporrea el pecho (dicho sea sin ánimo de menospreciar a la noble criatura), un modo de mostrar supremacía y de formular una amenaza que, por desgracia, nos concierne a todos.