Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Televendedores

15/11/2024

La agresividad que se gastan últimamente los vendedores telefónicos está empezando a asustarme. Es más, empiezo a temer que exista un complot de estos individuos contra mí. Me ha dado por imaginar que en cada una de las negras cavernas donde se ocultan cuelga un cartel con mi foto, y que ese cartel se ilumina cada pocos minutos para recordarles su misión de atormentarme de forma inmisericorde. Es cierto que mi móvil me suele avisar de que se trata de una llamada no deseada o de un posible fraude, y que en teoría basta con colgarles o con no contestar. Pero eso no los disuade y el teléfono sigue sonando. He probado a ser cordial y educado. He probado a gritarles como un auténtico energúmeno. Nada los detiene. A uno de los últimos le mencioné la condición de cornúpeta de su padre, pero el tipo siguió con su perorata sin inmutarse. Con el siguiente probé con un método al que nunca había recurrido, consistente en poner voz trémula y suplicarle que me dejaran la línea libre, pues estaba esperando un trasplante. Ni que decir tiene que le dio lo mismo. Al que me ha llamado hoy le he asegurado que sus llamadas son inútiles, porque no comprarles nada se ha convertido para mí en una cuestión de amor propio. «Tengo todo el tiempo del mundo», le he asegurado retador. «A ver quién se cansa primero». Y entonces, el sujeto se ha desprendido de su falsa amabilidad y me ha contestado con un tono de voz que me ha helado la sangre: «Te seguiremos llamando. Mañana, tarde y noche. Cada día. Todos los días. Nunca vamos a rendirnos». Esa tenacidad tan churchiliana me ha convencido de que, en efecto, no tengo nada que hacer. Salvo resignarme a cambiar de compañía telefónica o de gas constantemente. O lanzar mi móvil al río atado a un ladrillo bien gordo.

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