No estar suscrito a los periódicos tiene sus ventajas. Ya se sabe que algunos medios digitales permiten el acceso gratuito a sus contenidos, en tanto que otros exigen apoquinar un tributo para estar informados, todo un acicate para desarrollar la imaginación de quienes, por racanería, solo podemos leer titulares o entradilla y nos vemos obligados a rellenar el resto por nuestra cuenta. No todas las noticias permiten ese desafío, pero sí la que leo –fragmentada- en El País. A un trabajador de Mercadona, tras dieciséis años de empleado en la empresa, lo despiden por comerse una croqueta que iba a tirarse a la basura. Ahí hay toda una novela siempre que resolvamos varias cuestiones que quedan en el aire: si se comió la croqueta cruda (procedente de una bolsa de congelado) o precocinada, si ésta era de carne o de pescado, por qué se conformo con una sola croqueta en lugar de llevarse el envase completo y sobre todo quién lo delató, datos que seguramente proporciona la lectura íntegra de la notica o que podríamos recabar de algún amigo con suscripción al diario, aunque es preferible permanecer en la inopia: los hechos reales hubieran arruinado nuestra maquinaria inquisitiva. ¿Quién era ese infractor de las leyes de la propiedad? ¿Tan necesitado estaba como para birlar una croqueta o fue su compromiso con el planeta el que le movió a comérsela sin hambre? ¿La delación no ocultaría algún caso oscuro de venganza o adulterio? De la combinación de esos hilos argumentales, y dependiendo del talento del imaginativo, podría obtenerse un relato de crítica social, un thriller espeluznante, una comedia, o para amoldarnos a los tiempos que corren, una denuncia contra el machismo capitalista de ultraderecha.