Se editan al alimón dos libros bukowskianos, un poemario de 1981 (Colgado en la tournefortia, Visor) y una biografía de Abel Debritto (Bukowski. Rey del underground, Punto de vista) centrada en sus publicaciones. Esta última es una fascinante travesía por todas las revistas, periódicos o editoriales alternativas donde el viejo indecente fue dejando su impronta a cambio de nada. Miles de poemas repartidos a lo largo de décadas en docenas de revistas efímeras, a veces rechazados o sin devolución (y Bukoswki no guardaba copia de ellos) testimonian la vocación implacable de un poeta torrencial cuyo nombre no empezó a ser reconocido hasta mucho después de esos persistentes asedios, siempre en los márgenes de la literatura oficial. Es el de Bukowski un caso quizá único de perseverancia y también de incontinencia, pues daba salida a todo sin el apremio de su aspecto normal, dejando a los editores el cuidado de seleccionarlo o pulirlo para ulteriores publicaciones en libro. Este aparente menosprecio hacia su propia obra (en las antípodas del campanudismo usual en los poetas) se une a su individualismo acérrimo, refractario a formar parte de cualquier capilla o centón, y mucho menos de arrimarse a los repartidores de prebendas. No consta que Bukowski se presentara a ningún premio ni que lo obtuviera; tampoco lo hubiera necesitado una vez que su obra demostró ser rentable -sobre todo en Europa-, por sus propios méritos y no por chanchullos o favoritísimos inherentes al gremio. Ningún escritor contemporáneo puede presumir de un currículo tan vacío de reconocimientos. Éste es el ejemplo que deberían seguir, moral antes que formal, todos nuestros liróforos (y novelistas) actuales.