Este viernes, Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana, comparece ante el parlamento autonómico en un intento de contextualizar una actuación, la suya, que resulta desde cualquier punto de vista, difícilmente asumible. No solo sus errores, compartidos con algunos más, han sido elocuentes.
No valoró en sus justos términos la que se venía encima, mientras alcaldes de su provincia lo vieron venir al margen de los avisos oficiales, siendo su mayor error haber hecho caso omiso al presidente de su partido, Alberto Nuñez Feijoo, que desde el primer minuto apostó por el estado de alarma. Mazón no le hizo caso generando, como se ha visto a posteriori, un auténtico roto en el PP. Lo fácil, lo sensato, hubiera sido pedirlo. Todos los acontecimientos, con pueblos ya anegados, con gentes asustadas, cuando no dañadas por la fiereza del agua, debería haberle llevado a una mayor diligencia, a una dosis de humildad que no ha tenido. Para colmo, la famosa comida, que no era en absoluto urgente, cuando el agua estaba anegando localidades a escasos kilómetros de la Valencia.
Será un discurso largo, plagado de datos, de horarios, de recados entre unos y otros, pero eso ya da igual. Puede ser material de tertulias o de análisis de expertos pero todo ello queda lejos, muy lejos y muy ajeno a los miles de ciudadanos que han vivido un drama de dimensiones estratosféricas. El mejor discurso de Mazón es presentar su dimisión, dar paso a otra persona del PP y, por supuesto, rodearle de técnicos, expertos que asesoren de verdad a los responsables políticos.
El discurso de Mazón, que seguro que reconoce errores, va en paralelo del discurso del Gobierno, que se ha vestido de primera comunión para aparecer con un discurso de exquisito respeto a las competencias autonómicas. Quiere el Gobierno aparecer como un actor de segunda a la espera de las órdenes del protagonista principal. La cuestión, en el fondo, y no hay que engañarse, es que la desgracia, que seguro le duele, no le roce políticamente. Si Mazón fue temerario al no pedir el estado de alarma, el Ejecutivo, con su presidente al frente, han mostrado una indolencia y una irresponsabilidad evidente. Mientras esté Mazón, nosotros a lo que nos pida y nosotros a respetar la distribución de competencias. Resulta hasta entrañable semejante nivel de respeto mientras sabía que antes del mediodía del 29 ya había muertos.
Cuánto hubiera ganado Pedro Sánchez si, ante la inoperancia de las autoridades autonómicas, se hubiera echado a la espalda la gestión del desastre. Hay herramientas legales suficientes para que lo hubiera podido hacer, pero no ha querido. Lo del respeto competencial forma parte del discurso, pero los ciudadanos no quieren discursos ni de Mazón ni de Sánchez. Quieren percibir liderazgo y autoridad. En 72 horas Felipe González plantó en Bilbao 10.000 militares. Viví aquellas inundaciones in situ y, si de algo no se hablaba, era de repartido competencial y el Gobierno Vasco estaba presidido por Carlos Garaikoetxea. Previamente hablaron y todos tan contentos, sobre todo los bilbaínos que vieron en el ejército miles de hombres buenos que, entre otras cosas, repartían pan entre los ciudadanos.
Me cuesta entender esta especie de consenso según el cual no es momento de pedir dimisiones, de aclarar responsabilidades. Me cuesta entender salvo que el motivo de fondo sea el de encontrar posición de confort por ambas partes: Mazón no dimite y el Gobierno satisfecho con la decisión del presidente valenciano. Eso, sí, encantado, con el desgaste del PP. Lo triste es que los discursos continuarán mientras comprobamos una vez más la falta de institucionalidad de Moncloa al no haberse puesto en contacto con el líder del PP que al igual que el PSOE representa a millones de españoles.