Con el lema Cuidado con los falsos, FEDA ha lanzado una campaña para concienciar del intrusismo profesional y la economía sumergida. La prevención se enfoca a esos casos que repercuten en la creación de empleos, la recaudación o la imposibilidad de reclamaciones ante la ausencia de facturas. Pero habría que matizar que el intrusismo -que comporta una connotación muy negativa- es práctica natural, y no siempre nefasta, fuera de esos casos que se denuncian. Digamos que el intrusismo empieza por nosotros mismos desde el momento en que, con tal de ahorrarnos unos euros, renunciamos al especialista y trasteamos con los cables o tuberías en las chapuzas caseras, cuando nos automedicamos sin pisar la consulta, o cuando -improvisados jueces- expedimos sentencias de culpabilidad o inocencia en nuestras opiniones diarias. Existen intrusismos provechosos: padres o abuelos que, sin titulación pedagógica, realizan una labor más primorosa que los psicólogos, maestros ejemplares que no han superado unas oposiciones, grandes músicos que no saben leer una partitura; por no hablar de nuestras madres, cuyos guisos no requieren validación en una escuela de chefs. Es cierto que otras veces usurpar las disciplinas ajenas puede engendrar monstruos con tara. Entre los casos clamorosos de intrusimo contemporáneo están los de famosos sin luces que escriben libros, tertulianos que se autotitulan de todas las especialidades y políticos a los que, aparte de su pericia en la corrupción, no se les conocen otras habilidades. Uno mismo se reconoce intruso en casi todo lo que ejerce y sólo la benevolencia del director le permite ocupar un espacio que cualquier otro rellenaría con mejores competencias.