Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Desextinción

11/04/2025

Con este asunto de la empresa Colossal Biosciences y su proyecto de devolver especies desaparecidas a la existencia me pasa igual que a los terraplanistas: no me creo nada. Y no discuto que se pueda lograr que a los ratones les crezcan melenas, ni pongo en duda la realidad de esos hermosos perros blancos que quieren hacer pasar por lobos prehistóricos. Ahora bien, lo de traer de vuelta al mamut, al pájaro dodo, al tigre de Tasmania o a cualquiera de esos bichos que hollaron la tierra en su día y luego se colaron por algún agujero de la cadena evolutiva, eso ya es harina de otro costal. Ni siquiera creo que sea deseable. El motivo principal lo conocimos gracias a Michael Crichton y Steven Spielberg en Parque jurásico: al que juega a ser Dios, se lo merienda un velocirraptor. Y si la fuente no fuera lo bastante prestigiosa, siempre podemos invocar a Ben Parker, el tío de Spiderman, quien dijo aquello de que «un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Pero aquí no nos las vemos con aprendices de brujo, sino con el equivalente moderno y corporativo a aquellos feriantes que iban de pueblo en pueblo con la mujer serpiente y el monstruo de Guatemala. Otra cosa sería que la investigación, en lugar de encaminarse a recuperar especies, se centrara en mejorar las que ya existen. De este modo, quizás podríamos contar con políticos reacios a inaugurar cosas justo antes de las elecciones para hacerse fotos. Puestos a soñar, incluso se podría aspirar a la creación de una clase política transgénica que pusiera el bien común por delante del interés propio y que no entendiera el servicio público como un modo rápido de medrar, enriquecerse y colocar a amiguetes y parientes. Pero temo que semejante especie, si alguna vez existió, se fue a hacerles compañía al tiranosaurio rex, al norteamericano simpático y (con permiso de la localidad de Liétor) a los tomates que saben a tomate.