Desde hace tiempo se sabía que la única solución a este desastre sanitario y económico era la vacuna. Daba terror pensar en los plazos que algunos científicos daban, más de dos años, sentíamos que nuestra realidad se iría diluyendo poco a poco en un mundo distópico. Pero la poderosa fuerza humana ante la catástrofe (esa decisión ancestral del homo sapiens de unirse ante el peligro, lo que ha salvado a nuestra raza en muchos momentos, e incluso ha conseguido situarnos como la especie dominante), consiguió que en el mes de diciembre del año pasado ya existiera una vacuna viable. En no mucho tiempo comenzaron a aparecer otras, y ese milagro nos hizo mirar el horizonte y decir: «Tenemos vacuna, estamos salvados». La investigación, fuertemente apoyada por el sector público (más del 90 por ciento de los gastos de Astrazeneca por ejemplo) hizo su trabajo. Ahora quedaba, como en el funcionamiento de cualquier producto, la producción y la distribución, teniendo en cuenta que la segunda depende la primera, en primera instancia, y después de las estrategias de vacunación masiva que pudieran realizarse.
Ese optimismo antropológico inicial ha quedado roto con la producción. Las farmacéuticas no han sido capaces de fabricar las dosis necesarias con la suficiente rapidez, y a cinco meses de tener vacunas solo se han producido mil millones en el mundo, cuando somos casi 8.000 millones. Además, teniendo en cuenta que la pandemia es un problema global, se ha distribuido casi todo a los países desarrollados. A Emiratos Árabes, por ejemplo, han llegado 87,55 dosis por cada 100 habitantes, a EEUU 50,41, mientras que en Mauritania hay 0,06, en Libia 0,01 o en Sudáfrica 0,49. A Camerún solo han llegado 45 vacunas. En nuestro área, salvo el Reino Unido, que sacará pecho de no estar en la UE, 65,48. El resto andamos por cifras que rondan la treintena.
Las farmacéuticas, como es lógico, funcionan optimizando el beneficio (22.000 millones han ganado o recapitalizado), de ahí los problemas con la de Janssen, verdadera solución mundial, pero con la que menos se gana. Pero no ha de ser así por los poderes públicos. Por ello no entiendo por qué no se han expropiado, por evidente interés social, las patentes, dando la posibilidad de que la producción aumentara de manera exponencial. Esta expropiación es totalmente viable, pues a las farmacéuticas se les abonaría los gastos de investigación. Pero no se ha hecho, y no sé si se hará, deberíamos exigírselo a todos los partidos. Por eso esto lleva paso de tortuga, cuando no tendría por qué ser así, ya que las opciones de vacunación masiva son variadas y reales. Pero no se hacen porque no hay vacunas.