El Carlos Belmonte es mucho más que un campo de fútbol. Detrás tiene un equipo histórico como el Albacete Balompié y una afición fiel como pocas. El pasado domingo volvió a demostrarse, llenándose ante el Leganés, que este estadio es más que una instalación deportiva. El Carlos Belmonte tiene 64 años de historia futbolística de primer orden. Ha visto ascensos a primera, segunda y a tercera división, algunos inolvidables. Especialmente en 1991 con el partido ante el Salamanca que nos llevó a la máxima categoría. Ha albergado varios partidos de la Selección española de fútbol. Su césped lo han pisado los más grandes jugadores de la historia del fútbol español y sobre su pelusa se inventó aquel dream team del Queso Mecánico. En sus diferentes banquillos se han sentado los más prestigiosos entrenadores del balompié. Y por su palco, que ahora preside Kabchi, pasan los presidentes de los mejores equipos de España. Desde sus cabinas de radio han hablado los más grandes: Garcia, De La Morena, Castaño, Paco González o aquel inolvidable Héctor del Mar (el hombre del gol). Incluso, cuando el césped estaba separado de la grada por una amplia pista de atletismo, por su ceniza esprintó el grandísimo Eddy Merck en la Vuelta a España de 1973. Por la megafonía del Belmonte suena el himno que compuso mi amigo Casimiro Ortega y que ahora a capela canta el pueblo como una copla popular del alma albaceteña. Dentro de poco, en los aledaños del Belmonte se descubrirá la escultura de nuestro más grande jugador, Andrés Iniesta. Que me perdonen toledanos, ciudarrealeños, conquenses o arriacenses, pero sus estadios respectivos del Salto del Caballo, el Juan Carlos I, la Fuensanta o el Pedro Escartín, no tienen el pedigrí de nuestro Carlos Belmonte. Recomendaría al Albacete cambiar ese lema neutro de acceso a su césped de «Pasión por el campo», por el de «Bienvenidos al Wembley de La Mancha». Hay que saber lo que se pisa.