Desastre, desgracia y desesperanza, podrían ser los tres términos que se han puesto, tristemente, de moda en estos últimos trágicos días. Pero nos servirían también, desazón, desánimo y desprecio, porque lo ocurrido en el Levante, especialmente en la provincia de Valencia y en algunos lugares de Castilla La Mancha, ha sido uno de los desastres mayores que ha podido vivir nuestra sociedad moderna.
¿Cómo analizar cada vocablo? Sencillamente, siguiendo la definición más entendible, sin florituras gramaticales, simple y llanamente, descifrando su significando con naturalidad.
Sin duda, desastre porque lo ha sido. Miles de viviendas, locales públicos y privados, calles, carreteras, fábricas, almacenes, tiendas, supermercados, polideportivos, colegios, garajes, totalmente destruidos y a merced de la rapiña y el desorden; desastre porque han fallecido más de doscientas personas, en la situación más extrema y trágica posible, sin ayuda ni posibilidad de escape, bajo el agua, entre el barro y los escombros, bajo el lodo, en la más triste agonía.
Desgracia, por lo que supone su pérdida para los familiares, en todos los sentidos; para la gente que se ha quedado sin hogar, para los que han perdido todo lo que tenían, su empresa, su trabajo, su hogar, su refugio, su sentido de vivir. Desesperanza por encontrarse solos, sin ayuda, sin ese necesitado apoyo del que tiene capacidad para hacerlo; porque han sido víctimas de la incongruencia, de la descordinación, del desconcierto, del desconocimiento y del desconsuelo.
Pero la desazón, ese malestar físico y mental, provocado por la soledad ante la situación, por el abandono institucional, por el desconocimiento en saber qué hacer, ha añadido en ese desánimo generalizado un par de elemento más, el odio y la rabia ante responsables políticos, ante quienes están para gobernar y cuidar en el buen gobierno y ahí están, enfrentados entre sí, votando decretos y leyes mientras otros mueren bajo el cielo cruel, permitiendo que se jueguen los partidos de fútbol, mientras cientos, miles de personas, buscan supervivientes, quitan el lodo de sus casas, buscan agua y comida para subsistir, lloran por tanto sufrimiento y se encuentran solos ante un destino cruel.
Por eso, no es acertado titular las tres D, cuando hay muchas más que alinear en ese deseo de que esto no puede volver a pasar ante nuevas desgracias, ante nuevas catástrofes que puedan llegar, porque estamos en el siglo XXI, tiempos de modernidad, ciencia y adelantos. Ojalá hayan aprendido nuestros representantes en los gobiernos, ojalá tengan más sentido común y menos soberbia, ojalá no tarden tanto tiempo en llegar a ayudar, en defender, en salvaguardar, en hacer gobierno. ¡Ójala!