Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Recobrando la esperanza

10/11/2024

La vida, a veces, nos somete a unas pruebas terribles, y lo hace sin previo aviso, a traición, como la muerte súbita, sin concedernos al menos unos minutos para prepararnos. Lo que es desconocer: pensábamos que Valencia, tras la catástrofe de 1957 –un acontecimiento que quedó grabado a fuego en la conciencia de mi generación, como la muerte de Manolete o la invasión de Hungría–, había aprendido la lección, con la impresionante obra del desvío del Turia.
La habíamos visto crecer por la parte del sur, cercana a la Albufera, con pueblos como Paiporta, Torrent, Aldaia, auténticas ciudades dormitorios de la capital, como lo eran, de antiguo, Chiva, Cheste y otras decenas de pueblos, trenzados con urbanizaciones de toda índole. Llegando a Valencia por Requena (a 67 kilómetros de la capital), nada más descender el puerto de Buñol, aparecían –como ocurre entre Cieza y Murcia– las temidas ramblas, que, como los volcanes apagados, están ahí, inertes, aguardando su momento. Ahora sabemos que, más de una docena de pequeñas barrancas iban a desembocar al ya tristemente célebre barranco del Poyo. 
Fue el día 29 de octubre cuando se produjo la 'tormenta perfecta'. La Dana amenazaba. El primer latigazo empezó en Utiel y, casi al unísono en Requena. Las nubes negras de la 'Gota fría' iniciaron su lúgubre despliegue hacia Chiva, donde el latigazo, con una cantidad brutal de lluvia por metro cuadrado, provocó la devastación. La rambla del Poyo recogió un volumen de agua cinco veces superior al cauce habitual del Ebro, y avanzó desbordado hacia la Albufera anegando unos 70 municipios valencianos que, en vano venían solicitando desde 15 años antes una solución.
Y lo más sorprendente es que, la mayoría de estos pueblos fueron sorprendidos por la gigantesca riada sin haber recibido ni una gota de lluvia y sin que nadie les avisara. Fue como un txunami avanzando de tierra hacia el mar. Algo brutal, impactante. Las imágenes de los bajos anegados con más de dos metros de agua y lodo, las calles convertidas en torrentes arrastrando todo lo que les salía al paso, cientos de vehículos, personas, puentes y los parkings transformados en acuarios. Un horror sin límites que minimizó lo ocurrido ese mismo día en Letur, con otra terrible inundación que prácticamente borró del mapa la bella parte baja del pueblo.
Lo que ha venido después, es de sobra conocido. La ineficacia absoluta de los políticos y responsables de dar la voz de alarma. La absoluta falta de conexión entre el Gobierno regional y el Central. La inverecundia de los dos grandes partidos que, ocho días después de la enorme tragedia, tratan de velar su incompetencia con sorprendentes argumentos, mientras el pueblo, hastiado de sus gobernantes –dejando, obviamente, a los alcaldes y concejales, rotos y destrozados por tantos días de lucha–, hace esfuerzos denodados por sobrevivir y recobrar la ilusión de seguir viviendo, tragándose sus lágrimas y haciendo su duelo, en compañía del ejército y, sobre todo, con el apoyo de miles y miles de jóvenes acudidos de todos los pueblos y ciudades de España (repitiendo la gesta del Prestige), dando un ejemplo de autenticidad, filantropía y generosidad, que ha causado  sensación en el mundo entero.
Una admiración comparable a la que Felipe VI y la reina se granjearon el pasado domingo, 3 de noviembre, en Paiporta, jugándose literalmente el tipo ante una turba de enrabietados ciudadanos fuera de sí. Jamás he sido monárquico, pero el comportamiento del Rey, lo reconozco, me llenó de esperanza y de fe. En tanto que al Presidente de Gobierno lo retiraban los componentes de su escolta en un estado lamentable, y el presidente valenciano Mazón se empequeñecía por momentos, la presencia de Felipe VI adquirió una majestad inusitada, haciendo frente a la turba con el don de la palabra, sin perder ni por un instante la compostura y, hasta me atrevería a decir, la apostura. Y lo vio toda España. Cómo se la jugó. Admirable gesto que lo consagra y nos permite albergar esperanzas para los que lo han perdido todo y para los que hace tiempo perdimos por completo la fe en la clase política.