Los últimos difuntos famosos, Julián Muñoz y Jimmy Giménez- Arnau, tenían en común la golfería, salvando los matices: la de Giménez-Arnau era una golfería simpática y talentosa, mientras que la de Muñoz era golfería a secas, la de un delincuente corrupto amamantado a los pechos de Jesús Gil. Y ello se ha hecho notar en las reacciones, disculpando mayormente al playboy y recondenando al que fue alcalde de Marbella. Las pantallas se llenan de imágenes de archivo protagonizadas por los dos mendas. En la primera década de este siglo compartían parrillas horarias, el uno como tertuliano -Tómbola- y el otro como pasto de las alimañas, si bien con el tiempo ambos bandos se hicieron indistinguibles, con los inquisidores de vidas ajenas convertidos a su vez en víctimas, constituyendo una endogamia hediente que alcanza hasta hoy. Sólo hace 20 años de aquellas cuchipandas, pero las miramos con el mismo bochorno y superioridad moral con que miraríamos un NODO, desde la conciencia satisfecha de que ya no somos así y la sociedad ha evolucionado para mejor. Es un espejismo fomentado por adanistas, cuyo optimismo les hace sentirse superiores a sus mayores, más justos y benévolos, inmunes a sus pecados y corruptelas. Aspiran a un mundo sin delito y sin odio, en la ignorancia de que la miseria es un gen inseparable de la naturaleza humana y la corrupción y el descaro siguen y seguirán operando con otros nombres, quizá no tan casposos como julianes y giles, pero igual de eficientes. A los juzgadores de hoy se les juzgará mañana y puede que lo que ellos juzgan como rectitud se mire más bien como ñoñería, que es otro nombre de la caspa.