Editorial

Una manifestación pacífica es lo que más daña a quien legitima la violencia

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El Partido Popular llama hoy a la manifestación pacífica de los españoles que consideren que los pactos de Pedro Sánchez con los partidos que le van a investir presidente constituyen un ataque a los fundamentos de la convivencia y la igualdad en España. Todas las capitales serán escenario de esta forma de protesta, en Albacete a las 12 horas en la plaza de la Constitución, perfectamente legítima siempre que se mantenga dentro de los parámetros del orden público, algo en lo que el PP insiste para que los grupúsculos ultraderechistas que han enfangado las concentraciones y han vandalizado las sedes socialistas en los últimos días se mantengan al margen de las protestas. No sólo es lo deseable, es lo imperativo y para garantizar eso deben estar las fuerzas y cuerpos de seguridad y los propios manifestantes, que no se deben dejar arrastrar por bajas pasiones. Las formas son muy importantes: refuerzan o arrebatan la razón a quien la invoca.

A más, las concentraciones ciudadanas deben ser ejemplares para no parecerse a aquello que persiguen censurar. El PSOE no ha firmado un acuerdo político puntual, ha firmado un pacto de investidura y de legislatura con fuerzas políticas que organizan y legitiman actos repulsivos al margen de todo principio de dignidad, así sean recibimientos gloriosos a asesinos terroristas excarcelados o una asonada secesionista trufada de episodios de violencia investigados como terrorismo. A respaldar todo eso también juegan fuerzas necesarias en la investidura como el PNV, que lleva décadas de ventaja en eso de recoger el fruto mientras otros incendian las calles. Eso sí, esta vez tienen el aliento de Otegui en la nuca y unas elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina. Un comportamiento cívico, además de obligado, es lo que más daño puede hacer a quienes legitiman la violencia

El PP ha asumido, esta vez sí, el papel de convocante, algo poco habitual en su historia política. La calle no ha sido el lugar en el que el centro-derecha se ha movido con más soltura, pero ahora lo hace cargado de legitimidad por al menos dos motivos: porque ganó las elecciones y está llamado a liderar la oposición a un bloque que se autoproclama cohesionado para todo el mandato y porque no puede dejar que el espacio de la protesta quede limitado a actos violentos perpetrados por los ultras que tienen el pasamontañas como atuendo de cabecera. De fondo, la causa de la protesta. Los pactos de Sánchez van a salir carísimos. De hecho, ya han desestabilizado España como no se recordaba desde los días más oscuros de la Transición. La división de poderes se diluye, la impunidad de los delincuentes con escaños necesarios para un partido que se niega a convocar elecciones es moneda de curso legal y se consagra la desigualdad entre iguales. Hay motivos.