Va quedando atrás lo sucedido por la irrupción de la pandemia en nuestras vidas y la realidad que nos envuelve ahora viene a demostrar que ni hemos mejorado como sociedad ni hemos aprendido la lección básica que nos debería haber proporcionado la magnitud de la odisea vivida. En plena tragedia, quizás para mantener la esperanza, se nos pedía resistencia para superar la adversidad y la seguridad de que saldríamos más fuertes y mejores de tan dura prueba. Ya vemos que no ha sido así. El ruido y el enfrentamiento que se ha alcanzado en el momento actual plasma una sociedad más enfrentada y polarizada que nunca en muchas décadas. Es posible, ante lo que vemos y lo que nos rodea, que no solamente no hemos salido mejores, sino que además estamos más desquiciados que nunca. El objetivo común, loable y lógico una vez adentrados ya en la fase que va dejando atrás la pandemia, debería ser el de un análisis sosegado sobre las enseñanzas que las vivencias afrontadas nos aportan y corregir errores y apuntalar respuestas por si una situación similar volviera a producirse, pero muy al contrario, nada de esto se está produciendo y así observamos que, lejos de todo ello, lo único que parece interesar a nuestras clases dirigentes es buscar el desgaste del adversario político y obviando los perfiles más positivos, que los hubo y no pocos en momentos tan límites como los vividos en la plenitud de la pandemia, encubrirlo todo de la podredumbre que supuran los casos más llamativos de corrupción que se dieron aprovechando la atípica situación que se vivía en tales momentos y que, por supuesto, no deben quedar impunes de toda la responsabilidad de la que sean acreedores.